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La Economía Solidaria como única alternativa para consolidar la equidad de género

Si consideramos a la economía solidaria como una propuesta económica diferente, como una verdadera alternativa al modelo capitalista concentrado, es preciso que abordemos en profundidad la cuestión de género.

El actual estadío del capitalismo tiene, entre sus principales características, a la inequidad de género, la cual somete a millones de mujeres. En un mundo donde el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante, de ese 99% las más perjudicadas, siguen siendo las mujeres. Por eso, ignorar la cuestión de género, debilita las bases de la concepción solidaria.

Es el capitalismo más salvaje el que nos excluye y nos relega tanto en sus relaciones económicas, como en sus relaciones políticas. En este sentido, si la economía solidaria pretende convertirse en una verdadera alternativa de poder, debe disputar también “el sentido común de género”, de lo contrario, seremos más de lo mismo. No se trata sólo de disputar las prácticas económicas, ya que la realidad concreta nos muestra que la presencia femenina es algo tangible. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres constituyen el 43% de la fuerza laboral agrícola de los países en desarrollo. Y en todo el mundo, ellas son responsables de producir entre el 60% y el 80% de los alimentos que se consumen. Sin embargo, su función permanece invisible y apenas se valora. Según Naciones Unidas, cuando el número de mujeres ocupadas aumenta, las economías crecen.

Pero la dinámica económica no sólo se reduce al eje productivo, sino también al financiero. De acuerdo al World Bank Findex, las mujeres tienden a tener menor acceso a las instituciones financieras y mecanismos de ahorro formales. Mientras el 55% de los hombres informa tener una cuenta en una institución financiera formal, esa proporción es de sólo el 47% en el caso de las mujeres, en todo el mundo. Este tipo de inclusión debe ser uno de los objetivos de las organizaciones de crédito solidarias.

Abordar la cuestión de género implica que se tomen medidas concretas que reduzcan la brecha. En términos de empleo, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) es muy clara al respecto: en 2013, la relación entre hombres con empleo y población se ubicó en un 72,2%, mientras que esa relación entre las mujeres fue del 47,1%. Aún más, el World Bank Gender Data Portal realizó un informe, según el cual, las mujeres ganan menos que los hombres, es decir, en la mayoría de los países, las mujeres en promedio ganan sólo entre el 60% y el 75% del salario de los hombres.

Desde una perspectiva estrictamente política, la economía solidaria propone un esquema democrático en la toma de decisiones, lo que facilita el acceso más equitativo en términos de género. Sin embargo, es preciso ajustar esta dinámica ya que en la mayoría de las entidades solidarias aún resta consolidar la participación femenina. La escasa visibilidad de su papel social y económico, y la división sexual del trabajo suelen mantener a las mujeres excluidas de los espacios de poder. Al no participar activamente como actores políticos, su voz y sus demandas no se hacen escuchar.

Bajo este contexto, desde el movimiento de la economía solidaria no podemos seguir reproduciendo la lógica dominante que prima en las relaciones sociales. Debemos acordar estrategias no sólo locales, sino nacionales, regionales e internacionales, todas ellas interorganizacionales. Las prácticas individuales ya han demostrado su fracaso. Tomemos esta fecha para reflexionar y reorientar nuestras metas. No es un día para festejar, es un día de lucha.

Fuente: DesdeAcá

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