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La defensa de las semillas en América Latina: perspectivas y retos

 

En 1999, la FAO anunció en uno de sus documentos que la humanidad había perdido, a lo largo del siglo veinte, el 75% de sus recursos fitogenéticos. Es decir, las semillas que heredamos de nuestros ancestros.

La semilla agrícola es siempre el resultado de largos procesos de adaptación. Tomemos el caso del maíz: la necesidad y el gusto hizo que, hace unos diez mil años, campesinos en México le pusieran esperanza a una hierba silvestre que crecía en la zona, el teosinte. Se trataba de una mata con varios tallos, al final de los cuales hay una hilera de granos pequeños, cada grano cubierto por su camisa o cáscara, de forma similar al trigo o la avena.

A veces ocurre una mutación que cubre toda la espiga con una sola camisa, facilitando la extracción del grano. Aquellos campesinos empezaron a sembrar solo las semillas de plantas que habían presentado esa mutación; con el tiempo fueron seleccionando granos cada vez más grandes, descubrieron una nueva mutación que duplicaba las hileras a dos, y después otra que la duplicaba nuevamente a cuatro, luego a ocho y más. Al cabo de mucho tiempo, estas mutaciones se hicieron estables. Había nacido una nueva especie: el maíz.

En cada pequeño valle, los agricultores adaptaron la planta a las condiciones locales de suelo, clima, plagas; un proceso que puede tomar algunos años o varias décadas. De esta manera fueron surgiendo nuevos tipos de maíz. Al arribo de los europeos, existían en las Américas miles de variedades, adaptadas a las más diversas condiciones geográficas.

Procesos similares se dieron en la creación de todas las especies y variedades que heredamos: manzanas en Kazajstán; cítricos y arroz en el Sudeste Asiático; café en Etiopía; trigo, cebada y avena en Mesopotamia; col en Europa; vid y olivos en el Mediterráneo, etc. Una impresionante diversidad agrícola, fruto de la labor de millones de pequeños agricultores a lo largo de miles de años.

En los últimos siglos, la ciencia moderna no ha sido capaz de añadir ni una sola especie nueva a la canasta mundial. Esto se debe principalmente a que la evolución de los cultivos se basa en una lotería extrema: la siguiente mutación genética útil puede aparecer en una planta entre millones. Por ello, ninguna institución, ningún equipo de científicos, ningún presupuesto estatal o privado puede reemplazar la labor de millones de campesinos seleccionando continuamente, cada año.

Además, la evolución de las plantas de cultivo debe darse en condiciones naturales, en el campo, y no en las condiciones artificiales existentes en los laboratorios y campos de prueba de los institutos. Y debe darse también en un contexto social, al seno de una sociedad que está recreando continuamente su cultura alimentaria en base a las condiciones locales, buscando siempre un equilibrio entre calidad y eficiencia en la producción.

Agricultura industrial

Ésta era precisamente la situación a nivel mundial hasta el despegue de la agricultura industrial en la década de los sesentas del siglo pasado. En pocos años, millones de campesinos dejaron de seleccionar y guardar sus semillas. La calidad de los cultivos, que dependía del manejo campesino de semillas y suelos, pasó a depender de semillas híbridas y agrotóxicos.

Cuando en una región los campesinos abandonan sus semillas a favor de los híbridos, ya no hay vuelta atrás: la erosión genética acaba en pocos años con las variedades adaptadas localmente, reduciendo peligrosamente la capacidad de crear nuevas variedades resistentes y productivas, generando una total dependencia hacia las semillas controladas por la industria y su paquete de agrotóxicos.

A finales del siglo veinte, varias empresas que se estaban aprovechando de esta situación iniciaron un proceso de monopolización del sector, y lanzaron una nueva etapa del proceso con la introducción de los cultivos transgénicos. Sus nombres son conocidos: Monsanto, Syngenta, Bayer, Novartis, Dupont, Seminis. Su dominio del mercado de semillas está consolidado, lo que representa un enorme riesgo para la humanidad en general: en tiempos de cambio climático y de cara a una escasez de petróleo, la erosión genética, la incapacidad de crear nuevas variedades adaptadas localmente y la dependencia de semillas que no funcionan sin el aporte de los combustibles fósiles serán factores importantes en la pérdida de productividad, hambre y pobreza en las próximas décadas. Las semillas son un factor esencial tanto para el bienestar como para la supervivencia de las generaciones futuras.

Actualmente las amenazas más graves a la agrobiodiversidad son:

1. Contaminación genética: La introducción masiva de cultivos genéticamente modificados está afectando irremediablemente la riqueza genética local en varios países de América Latina. El continente está participando a su pesar en un experimento a gran escala; en realidad no sabemos cuáles serán las consecuencias a largo plazo de la contaminación genética en los cultivos. Sin embargo, la afectación social, económica, ecológica y en términos de soberanía alimentaria y erosión genética ya es incalculable.

2. Erosión genética con soporte legal: La mayoría de los países que firmaron el tratado internacional UPOV 91, e incluso aquellos que no lo hicieron, se encuentran en distintas etapas de la implementación de leyes que regulan la producción y circulación de semillas dentro de sus territorios. Estas leyes son prácticamente fotocopias, persiguen los mismos fines con herramientas similares. Con el pretexto de proteger a las semillas de enfermedades y elevar la calidad de los cultivos –ambas pretensiones que no tienen justificación científica– se crean sistemas nacionales de control, que permiten solamente la circulación de semilla certificada y que conste en un catálogo nacional.

Francia, uno de los primeros países en implementar con fuerza estas regulaciones, es un ejemplo de sus consecuencias: cerca del 100% de las semillas registradas en su catálogo nacional son híbridos industriales; las grandes empresas no cumplen con las regulaciones pero éstas se aplican con fuerza a las asociaciones que producen semilla libre y ancestral, generando costosos procesos judiciales que los pequeños productores no pueden sostener. Otro ejemplo es Colombia, donde la policía ha incautado camiones que viajaban sin permisos especiales llevando productos que podrían servir de semilla, como arroz en grano entero; ha multado a los transportistas y ha enterrado el grano en basureros municipales.

3. Erosión genética resultante de la globalización alimentaria. Probablemente la causa más importante es el desconocimiento por parte de la población, que ha adoptado una dieta globalizada donde incluso las hortalizas orgánicas siguen el modelo europeo/norteamericano y compiten con los productos locales.

Desafíos agroecológicos

Pero es quizá aquí donde reside la esperanza. América Latina está viviendo una revalorización de sus cocinas tradicionales, por motivos que incluyen, por un lado, la gastronomía turística, y por otro, una toma de conciencia por parte de la población de que las dietas nacionales son las más adecuadas para su salud. La agroecología sigue expandiéndose por el continente y sin duda cobrará más fuerza. Esto crea condiciones ideales para impulsar el consumo de cultivos ancestrales en cada país, y a partir de ello rescatar las semillas heredadas, libres y locales.

El éxito de esta estrategia dependerá de la capacidad de articulación y sostenimiento económico de los actores que impulsan la agrobiodiversidad en esta etapa inicial. América Latina tiene una tradición de varias décadas de lucha social y política en el tema, de la mano de varias organizaciones a nivel nacional y continental. Gracias a su trabajo, las semillas se han posicionado como un tema importante y que genera reacciones muy positivas en la opinión pública. Pero esta labor, si bien ha frenado la expansión del monopolio fitogenético en varios frentes, no ha logrado asegurar un autoabastecimiento de semillas a nivel local, con lo que la erosión genética continúa. Ése es el reto que ahora tratan de enfrentar las redes de guardianes y custodios de semillas, que existen o se están formando en cada país del continente. Son grupos de ciudadanos, productores y productoras de semillas que se están organizando para afrontar juntos los retos de la producción orgánica de semillas en las difíciles condiciones actuales.

En Europa varias asociaciones de este estilo, consolidadas, han logrado subsistir e incluso dar exitosas batallas legales a las corporaciones y sus aliados estatales. En Estados Unidos, pese a las regulaciones, existe un auténtico florecimiento de redes, microempresas familiares y asociaciones que están logrando enormes éxitos no solo en el rescate de la agrobiodiversidad, sino en la creación de nuevas variedades de cultivo.

La situación en América Latina es crítica. Hay casos esperanzadores, como el de la empresa campesina Bionatur en el sur del Brasil; pero en general hay una falta de estrategias autónomas, autosostenibles, en el rescate y promoción de semillas.

Es en este contexto que trabajan las redes mencionadas. Aquellas agrupadas en la naciente Red Semillas de Libertad tienen éxitos impresionantes y mucha experiencia por compartir: la campaña Sin Maíz no hay País en México, los procesos de comercialización de semilla campesina en Guatemala, la declaración del 70% de municipios libres de transgénicos en Costa Rica, las más de 3.000 variedades de semillas preservadas por la Red de Guardianes de Semillas en Ecuador y Colombia, el rescate del Festival Huatunakuy en Perú o la creación de la Cooperativa de productores Semilla Austral en Chile son algunos ejemplos. Responsables de una de las mayores diversidades agrícolas del mundo, sin apoyo económico, con pocos conocimientos de cómo lograr que sus emprendimientos sean sostenibles, y con leyes a menudo contrarias a su labor, las guardianas y los custodios de semillas trabajan cada día para llevar semillas libres, orgánicas y de herencia ancestral a la población.

Fuente: Nodal Economía

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