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El argentino que quería cubrir de huertas los balcones y ahora lucha contra el hambre desde Silicon

 

Agustín Casalins fundó Verde al Cubo para enseñar a cultivar vegetales y frutas saludables en pocos metros cuadrados; en EE.UU., intentará explotar el costado más social de la iniciativa, basada en la hidroponía.

"Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor", rimaba Baldomero Fernández Moreno para mostrar una y otra vez la sorpresa que le provocaba contemplar una ciudad en la que los colores no adornaran sus fachadas, pese a ser espacios potencialmente verdes.

No fueron, sin embargo, los versos de este poeta argentino; tampoco su deseo de colmar de canteros las calles de una Buenos Aires privada de naturaleza, las razones por las que el proyecto ecológico y sustentable de Verde al Cubo, que busca enseñarles a los porteños a cultivar vegetales y frutas en pocos metros cuadrados, vio la luz después de varios años de estar latente.

A pocas horas de viajar hacia Singularity University (el campus de innovación para salvar al mundo que funciona hace ocho años en la NASA), donde intentará explotar aún más el proyecto que ya lleva cuatro años y darle una impronta internacional, Agustín Casalins recuerda los primeros pasos, y los gritos de su madre cuando regresaron de vacaciones de Bariloche y se encontraron con parte del departamento -un quinto piso del barrio de San Telmo- cultivado. ¿El ideólogo? Su padre, un neurocirujano cuya pasión por los alimentos lo llevó a tomar prestadas sales y mangueras del hospital ferroviario en el que trabajaba, para diseñar en tres meses una huerta a partir de la combinación justa de fórmulas, nutrientes y agua, sin la ayuda del suelo.

"Al día siguiente del episodio, trasplantamos casi todo a terrenos baldíos que había en ese momento en el barrio, aunque dejamos algunos sistemas en el lavadero y un pequeño laboratorio para jugar. Y ahí quedó... El tiempo pasó, pero me quedó muy grabado", relata a LA NACION este emprendedor, agrónomo de profesión, al confirmar que la semilla de la iniciativa empezó a germinar allí, tímidamente, en pleno cemento.

La semilla que prendió

Después de vivir ocho años en Colombia y Venezuela, donde asesoraba y armaba proyectos para gobiernos locales, campesinos y productores, Agustín volvió a la Argentina con el deseo de quedarse. Aplicó a entrevistas laborales hasta que se dio cuenta de que no lo iban a contratar por su perfil, que mezclaba tradición e innovación en dosis desiguales.

"Pensé en esperar un mes más y sino darle lugar a un emprendimiento (porque siempre fui independiente). No aguanté y, a la semana, lo hice (sonríe). Agarré los libros de mi papá, uno de ellos dedicado, y comencé a armarlo de cero. La idea estuvo siempre, toda la vida; en el fondo, lo sabía", confiesa al repasar en voz alta.

La herencia familiar tuvo peso propio y enseguida su correlato, con una idea sólida, sustentable y creativa, y una técnica antiquísima, como la de la hidroponía, que aplicaron los jardines colgantes de Babilonia, los flotantes de los aztecas, en México, o la China Imperial, y que permite generar volumen en poco espacio y un alto nivel de automatización.

Restaba conocer a fondo cómo aggiornarla a una ciudad como Buenos Aires, paradójicamente llena de espacios vacíos al aire libre, y seducir al tipo de público que consumiría productos cosechados en el balcón, patio o terraza de su casa; algo que dejó de ser un obstáculo importante apenas los porteños se plegaron al boom de lo natural y la vida sana, lo que forjó nuevos hábitos y paladares cada vez más exigentes.

Primeros pasos

Con esas premisas y los trámites legales cubiertos, Agustín sumó personas de máxima confianza a su equipo (Florencia Barreira, ingeniera industrial; Federico Nervi, licenciado en Administración de Empresas; y Ramiro Etchegaray, licenciado en Ciencias Políticas) y empezaron juntos a montar huertas urbanas entre conocidos. Su mamá se convirtió otra vez en protagonista del proyecto (ahora, contaban con su aprobación) y el departamento de San Telmo se cubrió de vuelta de cultivos. Vecinos, familiares y padres de amigos la siguieron en el ranking de fans, que creció a niveles impensados.

Pero los primeros tiempos no fueron ni rosas ni verdes, sino más bien negros. Hubo que armar, desarmar y lidiar con imprevistos que, en el mediano plazo, también trajeron soluciones. "Las huertas eran horribles, espantosas, y los clientes las mataban. Les ponían demasiada agua o no las cuidaban. Entonces, decidimos hacer a la inversa: cultivarlas y mandarlas cuando estuvieran listas para comer. Pero era un proceso que demandaba entre dos y tres meses, y no tenía sentido. Implicaba bajar las huertas de la terraza de un sexto piso y trasladarlas en un flete. Era bastante complicado y costoso".

Una tendencia innovadora y en crecimiento

La búsqueda constante de querer comer sano y fresco, cuidar el medioambiente y oxigenar el bolsillo, escapándole a los precios altos de la verdulería o la pérdida de sabor por el uso de pesticidas, potenciaron, entre otras cosas, la demanda y la implementación de un sistema más afín a las necesidades de la gente y de los creadores de Verde al Cubo.

Después de ajustar el modelo y probarlo con éxito, las ventas y las ganas de los porteños de consumir lechuga, rúcula, frutilla, tomate, albahaca y menta, entre los productos elaborados con sus manos, aumentaron a la par, en sintonía con lo que ocurre en Estados Unidos, que incorpora gradualmente terrazas hidropónicas, o en España, que logra abastecer a toda Europa con esta técnica.

El método permite generar volumen en poco espacio y un alto nivel de automatización. "La clave está en recircular el agua y agregarle minerales, que vienen de los Andes, Catamarca y Mendoza, sin usar tierra ni agroquímicos. Las plantas se sostienen por medio de un sustrato inorgánico (lana de roca) y turba", describe. Y completa: "Es un sistema rentable y ecológico, que puede volver productora a cualquier persona bien entrenada en esta tecnología".

-¿Nadie se intoxicó?

- No, al contrario. Nosotros curamos a la gente, son alimentos sanos. Enseñamos cómo cultivar, por lo que hay un control mayor de los alimentos. Cuando vos cultivás, ves que la planta está sana y que tiene un sabor espectacular. Sabés que no lo fumigaste con 25 pesticidas durante todo un mes.

En Buenos Aires, Agustín busca cambiar el foco y diluir malos pensamientos, que son los que terminan por expulsar al ecosistema y enfermarlo. De ahí que ofrezca cursos cortos de agricultura urbana, de uno o tres días, en la planta alta de Cosi Mi Piace, un restaurante italiano de Palermo Soho, que incuye en su menú productos cosechados en la terraza, o se expanda a otros ámbitos, alejados de la gastronomía, como colegios en La Boca y Villa Lugano, cuyos alumnos cuidan día a día de invernaderos inspirados en esta técnica.

Soñar en grande

A medida que cede el número de terrazas en soledad, los deseos aparecen y se fortalecen. En este caso, bastó la experiencia previa para poder soñar en grande y ampliar el impacto de la tarea hacia su costado más social. Con la convicción de que los cultivos hidropónicos pueden ser útiles para erradicar el hambre en el mundo y combatir la pobreza, a través de sistemas de agricultura urbana, el equipo presentó la idea a Singularity University para participar del Global Solutions Program (GSP), un seminario que tendrá lugar en Silicon Valley, entre el 18 de junio y el 28 de agosto de este año.

Agustín y el resto de los integrantes fueron seleccionados entre cientos de postulantes y durante las próximas diez semanas estarán inmersos en un campus de innovación que intenta, mediante el uso de tecnología exponencial, resolver los mayores retos de la humanidad. "Nuestro gran desafío es ver cómo la gente puede convertirse en agente de cambio y adueñarse del sistema. El proceso termina en un producto de altísima calidad en la mesa de las familias. Además, con esta técnica yt siendo un productor, podés abastecer a todo un pueblo", concluye entusiasmado su principal impulsor, mientras prepara la valija, cierra la agenda, e imagina nuevos mercados, como el norteamericano y el hindú, espacios comunitarios en Buenos Aires y fusiones con otros restaurantes, como parte de los planes futuros que lo traerán de vuelta a la Argentina (muy pronto).

Fuente: La Nación

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