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Producir no rinde

 

Los pequeños productores de cooperativas de Rosario, en Argentina, no quedan fuera de la crisis. La suba de costos y tarifas, la baja en las ventas y la falta de espacios de comercializaciòn ponen en riesgo emprendimientos alternativos que habían crecido los últimos años.

“Nuestro proyecto tiene siete años y durante ese tiempo sólo creció. Ahora nos encontramos en una situación en la que tenemos que ver cómo se sigue: ¿estancando crecimiento? ¿aumentando precios? ¿trabajando menos horas?”. Gabriela cuenta la situación de Prana, la cooperativa de la que forma parte y que es su trabajo, su principal ingreso, el que le paga el alquiler y los impuestos. La situación en Prana, que produce alimentos naturales, se replica en varias –por no decir muchas, ni arriesgarse a decir todas– cooperativas de la ciudad. La caída en las ventas y el aumento en los precios de los insumos y los servicios son un combo explosivo, mortal, para los pequeños productores rosarinos que hasta hace pocos meses podían vivir –o estaban cerca de lograrlo– a pura autogestión. La mayoría coincide en que la forma más eficiente para escapar a la crisis es la organización en ferias, mercados y grupos de consumo. Y, a la vez, que las ferias son un éxito, una bocanada de aire fresco, los espacios que ofrecen esta comercialización alternativa ya no dan abasto para darle lugar a todos.

La cooperativa Pronoar –un almacén de alimentos naturales– existe hace ocho años. Los primero cuatro funcionó cual almacén ambulante. Después abrieron un local, ubicado en Necochea al 1600. Más tarde vino la conformación formal como cooperativa, el acceso a subsidios y el ingreso de nuevos compañeros. Pronoar pasó de ser un proyecto de dos, a ser una fuente de trabajo para nueve personas: cinco viven de la cooperativa, para otras cuatro es un sub-empleo. Pero un empleo al fin. “Ya hace cuatro, cinco meses que el laburo se estancó. Estamos viviendo un momento no muy deseado”, explicó Rodrigo, uno de los trabajadores. Las ventas en la cooperativa bajaron y a eso se le suma el aumento de los servicios. El ejemplo de Rodrigo es claro: de 800 pesos de luz a unos tres mil. “Es un costo que termina absorbiendo la cooperativa, porque sino se tiene que trasladar al precio de los productos que comercializamos. Y nosotros no vendemos alimentos de primera necesidad, es lo primero que deja de consumir la gente”, rescata.

“Se bajan las expectativas, pero se trata de sostener un mínimo y darle movilidad”, dice Ezequiel, de la cooperativa Cajonardi, productora de la cerveza artesanal Del Llano. Ya hace unos meses que la producción no alcanza y, como en todos los casos, esa baja se traslada a los salarios. De sus cinco integrantes, tres tienen otro trabajo y dos se abocan exclusivamente a esto. “Todos empezamos a tener la necesidad de generar otra cosa. Le metemos mucha cabeza y mucho cuerpo a encontrarle la salida a esto, pero la realidad no espera un sólo día”. Ezequiel dice que hace seis meses que las ventas se frenaron. Además, la totalidad de su materia prima ya aumentó dos veces: más del cuarenta por ciento en lo que va del año. Y a eso se le suma que ya hace dos meses dejaron de percibir los subsidios que provee la Ley Nacional 3026. “Es difícil, porque no estamos haciendo un producto de necesidad básica. Hoy, por el costo y la prioridad, la cerveza artesanal es un lujo. Y eso que estamos seguros que seguimos teniendo uno de los precios más populares de Rosario. En un bar, la pinta cuesta 60 pesos y nuestro litro sale 65, y el cajon sale 700. Pero la mayoría de la gente prefiere guardarse esos 700 para la luz.”

La cooperativa Prana produce, en mayor cantidad, medallones de legumbres. La particularidad es que no los vende directamente al público, sino que comercializa a dietéticas y almacenes de Rosario: unos sesenta puntos fijos en toda la ciudad. Son ocho las personas que trabajan en Prana. La cooperativa es el trabajo principal de casi todos y durante siete años fue su mayor fuente de ingreso, pero hace unos tres meses, dicen, las ventas bajaron notablemente, entre un 25 y un 30 por ciento. “Para un proyecto como el nuestro es muchísimo, porque el mayor porcentaje de nuestros ingresos es para el salario”, explicó Gabriela. A eso se le suma el combo de aumentos, tanto los que afectan directamente a la cooperativa (como el aumento de la luz y el gas), como los indirectos, que llegarán a través de sus materias primas (aumento en el combustible, por ejemplo). Y también los aumentos en la vida de los trabajadores, algo que no puede trasladarse al precio de los productos ni mucho menos a la hora de trabajo en la cooperativa. “Estamos preocupados. Por ahora nos mantenemos ficticiamente: pagamos nuestro salario de los ahorros de la cooperativa”.

La organización, la solución

“Nos agarra medio en pelotas”, resume Gabriela. Y explica que para ella, esta situación económica no era previsible. “Nadie esperaba que el cambio fuera tan brusco”, sostiene. “Estas situaciones concentran energías hacia adentro. Hay que trabajar más y la energía disponible para interactuar con otros grupos se dispersa”, agrega. Rodrigo acompaña: “Todos estamos en la misma”. La cooperativa Pronoar viene juntándose hace ya unos cuatro años con proyectos similares a su propuesta: productores autogesivos que buscan otra forma de hacer y comercializar. El Movimiento de Trabajadores Autogestionados nació de esos encuentros y ya nuclea a unos diez emprendimientos, Pronoar, Prana y Cajonardi incluidos. “El encuentro nos facilita poder armar ferias, organizarnos; estar juntos ante el mismo problema y a la hora de afrontar una crisis. A todos nos pasa más o menos lo mismo, y por suerte hay ganas de accionar, de organizarse y ver qué hacemos. La crisis nos puso en el lugar del hacer: visibilizarnos, sumar productores, fomentar el consumo de productos de este tipo de emprendimientos”.

Las ferias son, por el momento, los espacios que más frutos dan. Todos coinciden que una jornada en un parque o una plaza resulta ser una bocanada de aire fresco a las economías. Para muchos otros, sin embargo, la venta en ferias no rinde (como por ejemplo, para quienes venden productos freezados) y es necesario buscar otras formas de difusión y venta de sus productos. La Misión Anti-inflación, el Mercado Popular y la Cooperativa Mercado Solidario son tres espacios locales que actúan como puntos alternativos de comercialización y consumo. Los dos primeros, que tienen una metodología de trabajo distinta a la de Mercado Solidario, coinciden en que ya están “copados” pero que a la vez no cesa el pedido de pequeños productores para sumarse a su propuesta.

Nicolás Cardarelli, de Misión Anti-inflación, explica que formar parte de estos círculos de consumo organizado significa una venta muy importante para los pequeños productores y cooperativas. “Para muchos es el 50 por ciento de la venta y producción mensual”, señala. La crisis, explicó, se siente. Desde los distribuidores se enteran de cómo bajan las ventas en los almacenes, y desde los productores ven cómo ya quedan pocos espacios para vender o que los que ya había no alcanzan para fin de mes. La Misión ofrece, a cerca de mil familias rosarinas, unos 19 productos elaborados por este pequeño sector de la economía solidaria. “Se acercan muchísimos productores, muchas personas que individualmente o en pequeñas cooperativas buscan una salida laboral, elaboran productos y lo ofrecen. Nosotros, por la cantidad de familias que forman parte del círculo, necesitamos una escala de producción muy alta y a la que muchos de estos espacios no llegan a saciar. La idea es encontrar nuevas alternativas y herramientas para facilitar el contacto directo entre consumidor y productor”.

El Mercado Popular, por su parte, alberga a cuarenta unidades productivas de Rosario y la región. Celcio Moliné, encargado del lugar, explica una situación similar: muchos productores se acercan, pero el espacio físico ya es muy limitado para albergar a todos. “La organización genera un paraguas muy importante. Hay productores, sin embargo, que producen un producto, como un medallón, una empanada o un pan, que no sólo necesitan estar en espacios como el nuestro sino comercializar en otros lugares que están desprotegidos de una organización y que cada vez son menos. El cierre de pequeñas dietéticas, de pequeños almacenes, afectan a estos productores, porque son los que le abren las puertas”.

La situación en la Cooperativa Mercado Solidario es distinta ya que funciona en articulación con otras, y los puntos de comercialización forman parte de una red de economía solidaria. Roberto, uno de los miembros del espacio, destaca un dato no menor: esta red y esta cooperativa nacieron con la crisis de 2001. “Venimos experimentado”, aclara, y agrega: “El cambio en la economía nos impactó mucho, como a todo el mundo. Nosotros encontramos estrategias, pero eso es reduplicar el esfuerzo. A las actividades productivas normales, le sumamos la actividad política, que lleva tiempo, y a eso, actividades colectivas, como por ejemplo repartos de comida, que producen una guita extra a la cooperativa”. Roberto destaca algo más que la experiencia. De 2001 hasta ahora lograron armar una red de consumidores que terminan formando parte del proyecto económico. Esos consumidores son militantes y no dejaron de ir al Mercado en busca de sus productos, de las otras marcas, de los bolsones. “Hay que bancar estos espacios con decisión política. Desde la organización de los productores pero también desde la convicción de los consumidores”, remarca.

Fuente: El Eslabón

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