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La agroindustria, un paso hacia la dependencia alimentaria de África

 

"La agroindustria compite cada vez más con las economías agrícolas locales. El sistema que fomentan hoy en día ciertas políticas públicas está destruyendo los sistemas que, desde hace largo tiempo, constituyen un beneficio para los campesinos."

En la aldea de Yalifombo, en la República Democrática del Congo (RDC), a orillas del río Congo, había una comunidad esencialmente agrícola. En esa aldea fue posible ver cómo la economía local, que giraba en torno al cultivo tradicional de palma aceitera, se desmoronó debido al incremento espectacular de las plantaciones industriales. En toda la sub-región, ya sea en Mundemba (Camerún) o en Mboma (Gabón), se observa que la agroindustria compite cada vez más con las economías agrícolas locales. El sistema que fomentan hoy en día ciertas políticas públicas está destruyendo los sistemas que, desde hace largo tiempo, constituyen un beneficio para los campesinos.

Las organizaciones campesinas africanas y las ONG no cesan de afirmar que el futuro de la agricultura no está en la agricultura industrial sino en la agricultura campesina, que alimenta al mundo y es capaz de enfriar el planeta gracias a la agro-ecología y al respeto de la biodiversidad.

Por ejemplo, en el informe titulado “Liberar el potencial de las explotaciones familiares”, el Consejo Nacional de Concertación Rural (CNCR) de Senegal demuestra que las explotaciones familiares son perfectamente capaces de alimentar al país y que son ellas las que lo hacen actualmente, no la agroindustria. La agricultura familiar es la principal abastecedora de alimentos de los senegaleses, y satisface el 70% de sus necesidades, tanto en el medio rural como en el urbano.

Sin embargo, fuertes presiones siguen imponiendo el modelo agroindustrial.

Los Estados africanos, luego de todas las promesas hechas durante la cumbre de la Unión Africana en Malabo en 2003 (asignar al menos el 10% del presupuesto nacional a la inversión agrícola para el año 2008), siguen esperando por las instituciones financieras para desarrollar la agricultura que deberá alimentar a sus habitantes.

Esas instituciones financieras internacionales con el Banco Mundial a la cabeza, y su teoría de que “todos saldrán ganando”, se empeñan en redefinir la agricultura africana en base a sus propios programas y a una fuerte complicidad entre el mundo financiero, sus instrumentos y todas las incertidumbres que estos mecanismos conllevan.

La República Democrática del Congo (RDC), uno de los países de experimentación de dichas políticas, vio nacer en 2014 el primer Parque Agroindustrial de los 20 que se promete realizar. Esta iniciativa del presidente del país, surgida de la voluntad del NEPAD – New Partnership for Africa’s Development – [Nueva Asociación para el Desarrollo de África], no tardó en ser denunciada por los campesinos congoleses.

Las denuncias se refieren a la falta de consulta, de transparencia y de participación de las organizaciones campesinas, y revelan también que ese programa, alentado por el Banco Mundial, fomenta la agroindustria. Los Parques Agroindustriales, lejos de contribuir al desarrollo del país y a la disminución de la pobreza, provocarán probablemente el desplazamiento de las comunidades y el acaparamiento de sus tierras.

Así, los campesinos congoleses se enfrentan a un sistema (facilidades fiscales, promoción de ciertos tipos de cultivos) visiblemente creado para favorecer a los inversores extranjeros y no a ellos mismos.

Otro terreno de juego de la agroindustria es Gabón, donde un programa llamado GRAINE pone al grupo singapurense OLAM International y a la República de Gabón en una asociación público-privada para “desarrollar la agricultura”.

Dicho programa apunta a crear 30.000 auto-empleos y a ocupar 200.000 hectáreas de tierras agrícolas. Ya comenzó a acaparar las tierras de las comunidades de Mboma en el departamento de Woleu.

Por otra parte, en el programa GRAINE, la mejor tajada se la lleva el grupo estadounidense Caterpillar, gracias a un contrato de USD 140 millones de dólares para la adquisición de 475 buldóceres. Sin embargo, lo que piden las comunidades es sencillamente conservar sus tierras para poder realizar una agricultura saludable.

Otra compañía muy implicada en el sector agroindustrial de Gabón y de otros países africanos como Costa de Marfil, es la SIAT.

Dedicada a la palma aceitera y al caucho entre otras cosas, esta empresa recurre también a técnicas de inseminación artificial para acrecentar el número de cabezas de ganado de Gabón. La SIAT, cuya sede está en Bruselas (Bélgica), es titular de varias concesiones y ocupa en Gabón unas 15.000 hectáreas.

Si bien dice tener una fuerte responsabilidad social, se le cuestiona la credibilidad y la veracidad del Estudio de Impacto Ambiental y Social realizado en 2012 en la región de Bitam/Minvoul.

Estos ejemplos de la Cuenca del Congo muestran que aunque los proyectos de inversión extranjera en el sector agrícola y el modelo agroindustrial se presenten como “inversiones responsables” en las que “todos salen ganando”, sería más útil para los Estados africanos invertir en la agricultura campesina que garantiza la soberanía alimentaria.

La agroindustria, a pesar de todas las facilidades que se le otorgan, sigue sin convencer a los campesinos, y hay que ponerle freno por el bien de las comunidades y la paz en la región. Ya es tiempo de dejar de promover políticas como la Seguridad Alimentaria y la Nutrición (NASAN, por su sigla en inglés) del G8, los Acuerdos de Asociación Económica de la Unión Europea (AAE) o la Millennium Challenge Corporation (MCC) [Corporación Reto del Milenio] de Estados Unidos, que llegan exigiéndole a los Estados africanos cambiar sus políticas sobre tierras y semillas.

La soberanía alimentaria de los pueblos va de la mano con la libertad de producción, con una elección libre e informada, no sometida a las exigencias del mercado mundial.

Lo que propone la agroindustria es exactamente lo contrario: hay que producir monocultivos de caucho, teca o eucalipto, porque el sistema REDD y el mercado del carbono así lo exigen.

Fuente: Biodiversidad de América Latina y el Caribe

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