¿Poscapitalismo? Hacia una economía alternativa y solidaria
Frente al neofeudalismo del capitalismo radical, la economía de las personas. Ana Esteban recuerda su visita al Mercado Social, organizado en Madrid por la Red de Economía Alternativa y Solidaria, y su encuentro con Muhammad Yunus, ‘el banquero de los pobres’. Y extrae pruebas de que muchas personas ya están buscando vías alternativas a nuestra dependencia de un sistema gobernado por la opacidad de las grandes finanzas. Cooperativismo, solidaridad, sostenibilidad ambiental, consumo responsable. ¿Primeros pasos del poscapitalismo?
Pensándolo bien, muchas de las cosas que nos ocurren, la mayoría de nuestras preocupaciones o problemas cotidianos, tienen relación con la economía. Y sin embargo, al pronunciar la palabra ECONOMÍA, así, en mayúsculas, acuden a la mente (al menos a la mía, mal dotada para las cuestiones mercantiles) imágenes y conceptos abstractos con un ligero matiz amenazante: entramados financieros, corporaciones gigantes, oscuros rascacielos, especulaciones bursátiles. También aparece la palabra estafa. Y todo eso tan pomposo que sale en los noticiarios donde la economía va bien, aunque luego en la calle la gente busque su economía en los contenedores de basura. El desastre griego ha venido a iluminar con su desgarro lo que ya vislumbrábamos desde nuestra propia crisis: nuestras decisiones, la voluntad y los deseos con los que queremos organizar nuestras sociedades son solo combustible para el motor de las grandes finanzas, porque nuestra economía deshumanizada desemboca en una política inhumana. La economía, esa asignatura que ahora cursan nuestros hijos en la escuela, ya no es la “ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales” (DRAE), porque hace ya mucho tiempo que la economía no se ocupa de nuestras vidas sino solo de la suya.
Hace más de diez años entrevisté para el dominical de un diario a Muhammad Yunus, el economista bangladesí inventor de los microcréditos y fundador del Banco Grameen, el banco de los pobres. Me contó cómo en 1975, cuando dirigía el Departamento de Economía de la Universidad de Chittagong, recorría con sus estudiantes las aldeas obsesionado con la idea de acabar con la pobreza que asolaba el país. Lo primero que observó era que los más pobres no tenían acceso a créditos bancarios o vivían bajo el yugo de prestamistas que subían año a año sus desorbitados intereses, lo que les impedía salir de su penosa situación. Y se le ocurrió que esas personas solo necesitaban poder iniciar una actividad de subsistencia –por ejemplo, comprando una vaca-, aunque para ello tenían que obtener algo de dinero mediante la concesión de un pequeño préstamo. El problema era que la única garantía con la que contaban sería su buena fe para devolverlo cuando las cosas les fueran mejor. ¿Qué banco les ayudaría? Ninguno, claro. Así que comenzó él mismo un ensayo sobre sus teorías: prestó unos pocos dólares a un grupo de mujeres para que pudieran comprar las materias primas con las que fabricaban artesanías para después venderlas. Siete años después, el resultado de su experimento había impulsado un banco autónomo cuyo revolucionario sistema de pequeños créditos a muy bajo interés eliminaba la necesidad de garantía, lo que permitía a sus clientes superar holgadamente el umbral de la pobreza y devolver sus préstamos en un 95% de los casos. Luego, pese a la resistencia de las grandes entidades bancarias, el método Grameen se fue extendiendo por todo el mundo, y su creador fue obteniendo importantes reconocimientos internacionales hasta ser galardonado con el Nobel en 2006.
En su libro autobiográfico Hacia un mundo sin pobreza, Yunus relata emocionantes casos concretos que demuestran cómo los microcréditos cambian la vida de la gente, y reflexiona acerca de nuestro modelo económico. Habla de una economía que incite a los hombres a explorar sus propias posibilidades, y a no suponer que sus capacidades son limitadas. Los microcréditos fomentan la economía individual y el autoempleo, y dan otra vuelta de tuerca al sistema económico tradicional donde las personas son solo meros consumidores o trabajadores, y los empresarios individuos con otro estatus (quién no ha tenido un jefe). Yunus estaba convencido de que si quieren, los gobiernos podrían acabar con la lacra de la pobreza. Para erradicar la pobreza hay que tomar medidas más globales y profundas que las necesarias para la simple creación de empleo. El trabajo no salva a los pobres, sino el capital unido al trabajo, me dijo en la entrevista. Corría el año 2002, y cuatro años antes Jim Wolfensohn, entonces presidente del Banco Mundial, había declarado que su misión era crear un mundo sin pobreza y reducir a la mitad el número de personas que vivían en la miseria –con menos de un dólar al día- antes de 2015. O sea, hoy. Pero hoy los ricos son más ricos y los pobres cada vez tienen menos. Hay millones de desplazados, conflictos, desastres y hambrunas que hacen aumentar escandalosamente las cifras de marginados y demuestran que nuestros sofisticados mecanismos económicos no las tienen en cuenta ni sirven para paliarlas. En nuestro entramado financiero, las personas que sufren acaban siendo solo estadísticas.
Aquí en España hay una Red de Economía Alternativa y Solidaria que nació en 1995 como respuesta experimental a la creciente deshumanización de la economía, y que acoge hoy a más de 300 entidades y empresas en nuestro país involucradas en proyectos cooperativos y solidarios. Buscan fórmulas que tratan de resolver las necesidades sociales, apartándose del modelo económico globalizado de competencia salvaje que hasta el Papa, en una declaración reciente, ha calificado de sistema financiero que ahoga la economía real. Uno de sus métodos es contemplar el consumo como un factor de cambio, y promover los mercados sociales como el que se celebró en Madrid hace un par de meses bajo el lema “La economía cambia, la cambias tú“, por donde pasé en un sábado caluroso. Allí, entre los participantes, había cooperativas agrícolas, pequeños productores de alimentos y cosmética ecológica, viajes en bici, asesorías de alternativas económicas, academias de idiomas, seguros; había actividades y mesas redondas sobre nuevos modelos empresariales y cooperativos, sistemas de financiación, modelos de emprendimiento, procesos productivos, inserción sociolaboral y desarrollo de nuevas formas de energía. Había una increíble actividad en torno a la idea de una economía alternativa, más humana, que cambie nuestra forma de producir y consumir, y cuyos supuestos y compromisos ya vi materializados en lugares como Zarzalejo.
Aquel día pagué algunas compras con boniatos, la moneda social de Madrid, que se podía cambiar por euros al llegar o al marcharte. Charlé con algunos expositores como Charo y Pilar, que cosieron pantalones durante años en la fábrica Rok hasta que cerró, llevándose por delante sus puestos de trabajo. Igual que miles en la misma situación, tuvieron que reinventar –ese tonto eufemismo- su vida, y formaron cooperativa para hacer dulces y trufas de chocolate según la receta de un americano al que conocieron en medio de su debacle. Un par de puestos más allá, Aída exponía cuadernos diseñados a partir de viejos discos de vinilo, fabricados en los talleres donde enseñan a aprovechar materiales de desecho a personas desempleadas y sin recursos –en un doble reciclaje, según sus palabras-, que además participan en los beneficios de la venta. Imar y Raúl, con algunos educadores más, formaban una cooperativa audiovisual que utiliza el cine como herramienta educativa y terapéutica. Uno de sus más emocionantes proyectos había sido el apoyo psicológico a mujeres maltratadas, que al contar sus historias ante la cámara las convertían en material de montaje, y podían observarlas desde fuera como simple material narrativo.
Para recuperar la dimensión social de la economía parece esencial un aprendizaje que modifique nuestras inercias de consumo y la dependencia de las fuentes de energía tradicionales. Las iniciativas que vi en el mercado tenían esta consigna, y las personas con las que hablé insistían en ello. A Primi y Rocío las conocí hace un par de semanas en el mercadillo de artesanías y productos ecológicos como mermeladas y vino, que se celebraba en el jardín de una casa de la sierra madrileña. Exponían y vendían en un pequeño perchero ropa de segunda mano, que según me dijeron usaban además para coser conciencias, para mostrar el revés del mundo de la moda mediante campañas de reciclaje y charlas en colegios e institutos donde hablan a los chavales de la cantidad de prendas que tiramos, de estereotipos publicitarios, explotación laboral, estéticas y cánones imposibles que llevan a la anorexia. En ese mercadillo improvisado a modo de cooperativa privada también conocí a Mario y Elena, arquitectos argentinos en paro protagonistas de una sorprendente historia de amor, que en vez de hacer casas elaboran hoy empanadas y tartas. Y a David y Luciana, que trabajan mano a mano un huerto cooperativo en las afueras de Madrid, con el que prosperan poco a poco surtiendo de verduras ecológicas a particulares y restaurantes.
Estas historias pueden parecer anecdóticas, pero son la prueba de que muchas personas ya están buscando vías alternativas a nuestra dependencia de un sistema gobernado por la opacidad de las grandes finanzas, y ayudando a otros a encontrar la manera de hacerlo: cooperativismo, solidaridad, sostenibilidad medioambiental, consumo responsable. Quizá podamos ir cambiando las leyes feudales del sistema global por una economía positiva que sea la consecuencia de nuestra actividad sobre el planeta, y no la causa de nuestra existencia. Cambiar el sistema, poco a poco, hacia una economía real, transparente y humana. ¿Poscapitalismo? Quizá ya está pasando, aunque aún no sea noticia en las páginas salmón de nuestros diarios.
Para terminar aquella entrevista le pregunté a Yunus si tenía esperanza en un futuro distinto, lo que me hace volver de nuevo la vista a Grecia con melancolía. Su respuesta fue extremadamente optimista y, para una europea como yo, halagadora; supongo que igual que él, por aquel entonces también esperaba una Europa unida y solidaria como paradigma del desarrollo económico, cultural y social de sus ciudadanos. “Tengo una fe absoluta en el destino final de la humanidad”, me contestó. “Con todos los conflictos, los errores de la justicia, la violencia cotidiana y la sinrazón, la humanidad emergerá para crear un modelo correcto de sociedad. Igualdad, justicia social, compañerismo entre todas las personas y derechos humanos para hombres y mujeres se verán firmemente establecidos: en vez de un mundo dividido será un mundo sin distancias, sin fronteras, libre de pobreza. Miren Europa; contemplando sus logros obtenemos una tremenda inspiración para el futuro. Europa es una realidad hoy. El nuevo mundo será una realidad mañana si mantenemos la fe en él y trabajamos duro para alcanzarlo”.
Fuente: Comercio Justo Bolivia