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La economía colaborativa y la ciudadanía empoderada


 

Economía colaborativa

Merece la pena dar un repaso a esto de la economía colaborativa. Eso sí, sin entrar en qué es y qué no es, ya que ahí no nos pondremos nunca de acuerdo. En cierto modo tiene su lógica, ya que al ser algo vivo y cambiante en el muy corto plazo, es difícil establecer parámetros para definir qué modelos de plataforma entran y cuáles no en la definición. Yo he comprobado que cuanto más debato e investigo sobre este tema, menos claro lo tengo.

La definición que personalmente más me encaja es la que di en una entrevista en este mismo medio “El consumo colaborativo - extensible a la economía colaborativa - es lo que se ha hecho toda la vida pero que ahora, gracias a la tecnología, se puede hacer con desconocidos a escala global. El hecho de compartir, algo que antes sólo hacías con tus vecinos o familia, ahora gracias a unos sistemas de reputación que ofrecen seguridad a los intercambios, lo puedes hacer con personas que jamás has visto. De este modo, y a través de estas plataformas, puedes dormir en China, viajar en coche a donde quieras o intercambiar cosas que ya no utilizas con cualquiera.”

¿Consumo colaborativo o economía colaborativa?

Al principio se empezó a hablar sobre todo de consumo, ya que era lo más común y a mano: venta, préstamo, intercambio, donaciones de cosas que ya no necesitabas, compartir trayecto en coche y casa a la hora de viajar… y demás actividades casi cotidianas. Esta definición se fue ampliando con la incorporación de otras áreas que encajaban claramente dentro de algo que se podía ya definir como una economía paralela: finanzas alternativas, conocimiento compartido y producción colaborativa.

Consumo colaborativo

Este tipo de consumo tiene como virtud principal el uso más racional de los bienes de los que disponemos y dotar, de este modo, de eficiencia a lo infrautilizado. Tenemos coches que están aparcados el 98% del tiempo, 3,7 plazas de media vacías cuando los conducimos, objetos cogiendo polvo en casa y habitaciones libres. Poner en valor estos bienes no sólo es óptimo para nosotros, también lo puede ser para otras personas que ven el acceso como una alternativa real a la propiedad. Y además, con el P2P (peer to peer), que es la esencia de esta economía, se crea una forma de consumir más social - compartimos con desconocidos -, más sostenible - se utilizan menos recursos - y más económica - rentabilidad y ahorro-.

Finanzas alternativas

Para mí un pilar básico, ya que define no sólo una forma diferente de poder financiar proyectos, startups e incluso empresas tradicionales, sino que también produce un cambio en cuanto a la dependencia de los sistemas tradicionales para conseguir capital que tanto protagonismo han tenido en los últimos años en nuestro país y nuestro entorno.

En política ha tenido también su gran impacto, ya que gracias a estos sistemas se han podido financiar ideas diferentes, apoyadas por una ciudadanía cansada de no tener opciones más allá de las clásicas. El crowdfunding, las monedas sociales, los bancos de tiempo y las criptomonedas tipo bitcoin son las herramientas que nos permiten hacer las cosas de manera diferente. Cosas como crecer sin depender de unos pocos, favorecer el comercio local, intercambiar tiempo por talento y ayudar y ser ayudado por otras personas y utilizar una moneda virtual sin ningún banco central detrás.

Producción colaborativa

Este tipo de producción viene caracterizada por los lugares donde se produce. Los FabLabs y los espacios Maker son testigos de proyectos de creación en los que la colaboración y el compartir herramientas hacen bueno el dicho de “el valor del total es superior a la suma de las partes”.

La impresora 3D es una de las herramientas utilizadas y más conocidas, y sus aplicaciones parecen ser infinitas; desde la producción de piezas que podrían ayudar a luchar contra la obsolescencia programada, hasta la impresión de prótesis, pasando por la impresión incluso de otras impresoras 3D.

Conocimiento abierto

Desde que allá por los años 80 comenzaran los primeros movimientos de copyleft para abrir códigos de programación y poder de esta forma compartir conocimiento, mucho se ha avanzado en cuanto a los contenidos y la forma de compartirlos. Internet y los sistemas de intercambio de archivos P2P abrieron brecha en la concepción del copyright y, a día de hoy, disponemos de licencias más abiertas que nos permiten compartir, reutilizar, modificar e incluso comerciar (todo dependiendo del tipo de licencia que tenga el objeto) de manera legal. Las creative commons abren un mundo de posibilidades más coherentes con la tecnología actual y nos permite decidir cómo queremos compartir - y que se compartan - nuestras fotos, canciones y libros.

Además, la enseñanza entre particulares y los MOOC nos permiten tanto aprender como enseñar de manera diferente a la que ofrecen los sistemas tradicionales de enseñanza.

Ciudadanía empoderada

Tras el breve repaso a las diferentes áreas, es el turno de los grandes protagonistas. Nosotros, la ciudadanía empoderada, tenemos en nuestras manos estas herramientas que podemos utilizar para cambiar la forma en la que consumimos, producimos, nos financiamos y aprendemos, pasando a ser ciudadanos productores que ponen en valor sus bienes y servicios y propietarios de los medios de producción, rompiendo los esquemas de sistemas económicos tradicionales y poniendo a las personas y a las comunidades que se crean a su alrededor en el centro.

Muy bonito pero, ¿esto es cierto?

Probablemente aún no. Desde luego ha habido un cambio y estamos en la dirección correcta, que es la de ser conscientes de que ese cambio es necesario. Nos lo pide el planeta y nos lo pedimos en muchos casos nosotros mismos. El hiperconsumismo no es sano ni natural y racionalizar algo que es necesario, el consumir, tiene todo el sentido del mundo.

Actualmente estamos en un momento en el que el capitalismo de plataforma ha tomado ese protagonismo que comentaba y se ha abusado del término “comunidad”. Las noticias que leemos sobre economía colaborativa rara vez no llevan asociado el nombre de una marca, y probablemente con polémica o una inversión millonaria por parte de alguna venture capital. Desde luego las plataformas son necesarias y, gracias a ellas y muy probablemente sus polémicas, muchas de estas opciones han sido conocidas por el gran público y asimiladas a los usos y costumbres.

También es cierto que muchas veces pecamos de centrarnos tan sólo en esas plataformas que copan los titulares y obviamos que hay muchas otras opciones que son más abiertas, inclusivas y que también, al igual que muchas de las que salen en los titulares, aportan un gran valor a la sociedad. Es cierto que su impacto es quizás inferior, pero está en nuestras manos como usuarios favorecer estos sistemas más cercanos al modelo que realmente queremos que guíe ese tan necesario cambio.

Cambio que ha de continuar y seguir evolucionando. Hemos pasado de ser consumidores / clientes a ser usuarios y de ahí a ciudadanos productores. ¿Es hora ya de que seamos co-propietarios de esas plataformas cuyos balances aligeramos con nuestros bienes y servicios? Se está empezando ya a hablar de cooperativismo de plataforma, y quizás la solución pase por actualizar a nivel normativo esta figura jurídica y seguir avanzando con los sistemas de financiación alternativa como el equity crowdfunding. Es decir, dotar a las personas de posibilidades factibles de formar parte activa del cambio.

Fuente: El Salmón Contracorriente

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