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¿Podemos confiar en las etiquetas de los alimentos?

A esta pregunta nosotros los europeos tenemos que responder por desgracia que no, que no podemos. Cuando estalló el escándalo de las vacas locas el por aquel entonces director de Greenpeace, Thilo Bode, se dio cuenta de que no existía una organización independiente de la sociedad civil que protegiera los derechos de los consumidores en el ámbito de la alimentación. Esta constatación le llevó a crear en 2002 la ONG Foodwatch en Alemania.

 

¿Objetivo? Que un día todos los europeos podamos finalmente confiar en el etiquetaje. Por una parte denuncian los componentes de los alimentos que puedan ser nocivos para la salud gracias a las revelaciones de investigaciones independientes. Pero también exigen transparencia en la comunicación por parte de las empresas, quieren hacer realidad el castizo «que no nos den gato por liebre».

Alemania fue el punto de arranque. Hoy en día Foodwatch está implantada también en Holanda y Francia (desde el 2014) y es sólo el principio. La idea a largo plazo es abrir delegaciones en todos los grandes países de la UE para poder incidir mejor en las políticas relativas al consumo de los alimentos. Y es que el 90% de la legislación que afecta la alimentación se aprueba en los organismos europeos y no a escala nacional.

Aquí en Francia en sólo 2 años Foodwatch ha destapado escándalos como la existencia de hidrocarburos en el cuscús; agua y aditivos en el filete «100%» de pavo; aromas no «bio» en los yogures etiquetados «bio». Campañas que han obligado a torcer el rumbo a gigantes de la alimentación como el distribuidor Leclerc o el fabricante de yougures Via. En otros casos la victoria se consigue a medias por no decir que se trata de una victoria meramente pírrica. Es el caso de la sopa «de buey, zanahoria y pasta» de la marca Maggie.

En el embalaje aparece la foto de un trozo de buey cuando en realidad la sopa contiene sólo un 1,1% de zumo de cocido del buey y nada de carne. Nestlé, propietaria de Maggie, ha accedido finalmente a... reducir el tamaño de la foto de la carne de buey en el embalaje. Estas prácticas abusivas en Francia no son sancionadas. Son legales aunque, desde la perspectiva de la asociación de defensa de los consumidores, no son para nada legítimas.

El éxito de Foodwatch no sólo se mide en la capacidad de incidir en las prácticas de las empresas sino también en el «aplauso del público». Cada una de sus campañas recibe el apoyo de miles de firmas online. La ONG considera que si los ciudadanos conocieran los verdaderos riesgos que la alimentación agroindustrial supone para su salud variarían sus hábitos alimentarios. Y si viven en la inopia es por culpa de los lobbys agroalimentarios. A ellos atribuyen por ejemplo que Europa no haya conseguido aún definir los «perturbadores endocrinos».

Sólo me queda por decir: ojalá aterricen pronto en España.

Fuente: El País

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