Argentina: los jueces negaron patentes de transgénicos a Monsanto
Fallo inédito. Una Cámara Federal comparó el ADN con el lenguaje y advirtió que ningún escritor patentaría el idioma (la semilla) por haber escrito una novela. La disputa frena la apropiación de especies.
Monsanto suma problemas en la Argentina. A la contundente resistencia civil a la instalación de una planta de transgénicos en la provincia de Córdoba se sumaron denuncias de organizaciones de campesinos por presunta posición dominante en el mercado, debido al cobro de un canon por granos de soja comercializados que contengan tecnología patentada por la multinacional.
Ahora se agregó otro obstáculo, que amenaza a la multinacional con dejarla sin títulos de propiedad sobre semillas que creía propias.
Patentar las semillas es una avanzada del capitalismo imperialista ya sobre la vida.
Si es importante conocer al pretendido propietario, más lo es la invasión misma de la condición genética de las especies para hacerlas a gusto del humano, o mejor, para poner la vida al servicio del interés particular.
Este asunto no está abordado debidamente aún. Pero en materia de patentes el tema quedó sobre la mesa.
El mundo de los transgénicos tiene muchas aristas y a cuál más delicada para el estudio y el debate.
No hay que olvidar que en maíz, por caso, las más de 200 razas de este continente se reducen a un puñado de cultivares modificados genéticamente, en el negocio a escala. A la vez el régimen ataca una diversidad de otras especies, como plagas.
El caso es que algunos jueces decidieron tomar el toro por una de sus astas: la extensión del derecho a la patente. Así le pegaron a Monsanto una frenada que pondría nervioso al empresario más mentado.
La firma estadounidense busca reponerse de esta puñalada judicial con una apelación a la Corte, pero la tabla de salvación que busca no está garantizada.
El resultado de este pleito interesa a la Argentina muy particularmente, porque la mayor parte del espacio agrícola depende en alguna medida de este sistema de transgénicos con sustancias químicas, en la economía de escala implantada en los años 90 y fortalecida en las últimas dos décadas. Decenas de asambleas ambientales florecieron en el país para esclarecerse, tomar conciencia y resistir este régimen.
Pinchar el globo
La Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal le denegó patentes de transgénicos, y lo hizo con razones que cualquiera entiende. Para los jueces, es discutible que aquel que obtiene un transgénico, por solo un cambio, pretenda patentar toda la semilla.
El dictamen nos hizo acordar de un pasaje de la obra de Shakespeare, El Mercader de Venecia, donde un avaro pretende cobrarse una deuda con el corazón del deudor, y el juez lo habilita pero le niega el derecho a derramar una gota de sangre…
Para hacer más accesible su razonamiento contra las pretensiones del obtentor de los transgénicos, los jueces se valieron de una comparación del código genético con el lenguaje, y mostraron como ejemplo que el autor de una obra literaria no es propietario del lenguaje.
La cosa se pone turbia para la multinacional amiga de gobernantes y pooles, y elegida como enemiga emblemática de los ecologistas.
Monsanto pedía que fuera declarada inconstitucional una norma que saca de la órbita de las patentes a las plantas y los animales. Y la Cámara le dio la espalda.
Es que la Ley de Patentes Nº 24.481 dice en su artículo 6 que no se consideran invenciones “toda clase de materia viva y sustancias preexistentes en la naturaleza”, y en su artículo 7 establece que no son patentables “la totalidad del material biológico y genético existente en la naturaleza o su réplica, en los procesos biológicos implícitos en la reproducción animal, vegetal y humana, incluidos los procesos genéticos relativos al material capaz de conducir su propia duplicación en condiciones normales y libres tal como ocurre en la naturaleza”.
Ajenas al innovador
En una palabra, las leyes dificultan el patentamiento de la vida, que es lo que acostumbran hacer Monsanto y otras firmas similares por el mundo. “No está en pleito el principio de patentabilidad, sino su extensión”, dijeron los magistrados.
Para la Cámara, el material usado por Monsanto proviene de la naturaleza, y posee “propiedades y funciones ajenas a la labor del innovador”. ¿Entonces? La multinacional se las verá en figurillas para hacerse dueña de las semillas.
Claro, los jueces no le dijeron a Monsanto que no puede realizar esas manipulaciones, lo que le aclararon es que no será dueña del resultado, lo que equivale a pincharle el globo.
Tres mil millones
Sin embargo, hay otros asuntos más importantes aún que no están presentes en el fallo.
Para analizarlos, conversamos con el investigador Rafael Lajmanovich, y en vez de detenerse en los párrafos del fallo prefirió señalar aspectos más profundos, a raíz de los organismos genéticamente modificados –OGM-.
“Cuando estamos ante un ser vivo, por insignificante que nos parezca, estamos ante 3.000 millones de años de historia”, remarcó el científico de Paraná, un puntal en la investigación de los efectos dañinos del riego de herbicidas e insecticidas sobre la biodiversidad. Hay que decirlo, porque los transgénicos están preparados, precisamente, para que ciertos cultivos resistan a los embates de esas sustancias rociadas en el campo, y puedan emerger sin la competencia de otros vegetales.
Rafael Lajmanovich es investigador independiente del Conicet, profesor titular de la Cátedra de Ecotoxicología de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la UNL. Consultado sobre el fallo, apuntó que los enfoques pueden ser tan diversos “como la naturaleza misma de la complejidad de la vida que se pretende modificar”, y prefirió una respuesta “desde un punto de vista ecológico-evolutivo y no mecanicista. Por esto me gustaría recordar aquellos viejos tiempos –dijo- que como estudiante de Biología me fascinaba la evolución de los peces sarcopterigios (poseían aletas musculosas con estructura ósea en su interior). Estos primitivos animales hace unos 380 millones de años originaron a los primeros tetrápodos y a los anfibios que finalmente conquistaron la Tierra y que aún hoy vemos”, aclaró.
El investigador señalaba así su intención de analizar los toqueteos genéticos desde la complejidad de la vida, que lleva millones de años en desarrollar modificaciones e interacciones en gran medida ignoradas por el humano. Y contrastar esa complejidad con la soberbia del humano que interfiere en ese cofre de tesoros.
“Esos millones de años son solo una pequeña parte, el código genético al que actualmente la ciencia tiene la capacidad de modificar (y querer patentar) empezó muchísimo antes, en el origen de la vida sobre la Tierra, en una ‘sopa’ de compuestos orgánicos constituidos por procesos inorgánicos”, recordó Lajmanovich.
Luego dijo que al observar el pleito en la Justicia por unos organismos genéticamente modificados y sus patentes le vinieron a la memoria también “los famosos experimentos de Miller sobre las condiciones existentes en el planeta hace alrededor de 3.000 millones de años. Fueron tales –agregó-, que pudieron haber dado lugar a la formación espontánea de macromoléculas orgánicas. Estas simples moléculas inorgánicas que Miller puso en su aparato (más la radiación), dieron lugar a la formación de una variedad de moléculas complejas en las células vivas (actuales por supuesto). El ARN (ácido ribonucleico) fue la primera forma de vida en la Tierra, desarrollando posteriormente una membrana celular a su alrededor y convirtiéndose así en la primera célula procariota. La información genética (genes) está contenida en el ADN (ácido desoxirribonucleico), el cual transcribe su mensaje por medio del ARN que a su vez traduce esta información en una secuencia adecuada de aminoácidos que se ensamblan en proteínas que son las encargadas de casi todas las funciones celulares”, detalló, para abundar en la delicada fuente de la vida.
No al reduccionismo
“No puedo dejar de nombrar el pensamiento reduccionista y la teoría dogmática central de Watson y Crick que había hecho hincapié en que los genes, por sí solos, nos hacen lo que somos, y la ‘teoría del gen egoísta’ que afirmaba que los cuerpos son solo un vehículo para los genes y que intentaba explicar porqué los leones machos matan a los cachorros de otros padres (para que continúen sus genes)”.
“Por otra parte, la Biología de Sistemas se levantó en respuesta a este reduccionismo extremo y centró la atención no solo en una parte, como el genoma, sino en la ‘interacción compleja de los sistemas biológicos y ecológicos a través de los genes, las proteínas y las vías moleculares complejas, que están influenciados por una capa epigenética, afectada por ambos sistemas endógenos y exógenos como la nutrición, el medio ambiente, y tal vez, incluso los pensamientos’. Y por supuesto no hay que olvidarse –añadió- de las comunidades naturales (grupo de organismos, generalmente de distintas especies) y sus propiedades emergentes (tamaño, densidad, patrones de distribución, etc.); que no son el resultado de la suma de sus componentes, y que están sujetas a fuerzas selectivas”.
Andrés Carrasco
Para Rafael Lajmanovich, la decisión de la Cámara debe entenderse como un “notición”, porque desde una perspectiva judicial está atendiendo un proceso de miles de millones de años que una intervención selectiva urgente pretende modificar sin más, para atribuirse con ello la creación.
Una intervención, claro, desde multinacionales cuyos fines se resumen en la palabra ganancia, es decir, sin relación con propósitos humanitarios, alimentarios o sanitarios.
“No puedo dejar de recordar el pensamiento del Dr. Andrés Carrasco: ‘la transgénesis altera directa o indirectamente el estado funcional de todo el genoma como lo demuestra la labilidad de la respuesta fenotípica de un mismo genotipo frente al medio ambiente’”.
“En esta negación de la complejidad biológica –insistió Lajmanovich- se percibe la presencia de un insumo esencial: la dimensión ontológica del gen. Y vuelve sobre expresiones de Carrasco: ‘No reconsiderar este concepto clásico del gen como unidad fundamental del genoma rígido concebido como un ‘mecano’, una máquina predecible a partir de la secuencia (clasificación) de los genes y sus productos que pueden ser manipulados sin consecuencias, expresa el fracaso y la crisis teórica del pensamiento reduccionista de 200 años’”.
“Del mismo modo, otros científicos de todo el mundo (sobre todo genetistas) cuestionan la manipulación genética de los organismos y su posterior liberación en la naturaleza. Estas dudas no son solo dogmáticas, son reales, en especial por la muy discutida (y negada) transferencia horizontal de genes. Por ejemplo, la contaminación genética de maíces criollos en México, por la presencia de toxinas provenientes de OMG (organismos genéticamente modificados) en leche materna humana o por la adquisición de ADN extraño que conduce a nuevas cepas de patógenos bacterianos, entre otros ejemplos”.
“No solo nos enfrentamos a un problema técnico jurídico. El querer patentar las plantas y los animales es también un dilema ético. En esa realidad compleja, plagada de ‘ejecutivos en jefe’ y ‘posibilidades de negocios’, no nos olvidemos de que cuando estamos ante un ser vivo, por insignificante que nos parezca, estamos ante 3.000 millones de años de historia”, remató el investigador de Paraná.
Desde el litoral
En diciembre de 2012, media docena de agrupaciones sociales del litoral divulgaron un documento de 20 puntos titulado “En defensa del maíz y la vida”.
Veamos los tres primeros. 1-Declarar al maíz (zea mays) semilla venerable e inviolable de Abya Yala y el planeta, alimento sustancial de la especie humana. 2-Desconocer toda patente privada o propiedad intelectual sobre la semilla o la planta del maíz. 3-Luchar contra toda norma o proyecto que condicione la libertad individual, familiar y colectiva en la siembra del maíz, que ponga en riesgo sus extraordinarias condiciones alimenticias o atente contra las variedades.
En los fundamentos se lee: “Que se conocen trazas del maíz como alimento humano cultivado desde hace más de 6.000 años en el Abya Yala. Que hay pruebas del aporte humano en distintas épocas para que el maíz sirva a la alimentación de animales y humanos. Que ninguna nación del Abya Yala, ningún pueblo, ninguna familia, ninguna persona, de las muchas que cultivaron el maíz e hicieron esfuerzos para que el maíz nos siga acompañando en la actualidad han pedido recompensa, o han patentado la semilla, sino que, por el contrario, todos, durante miles de años, colaboraron en forma colectiva y compartieron la semilla, los conocimientos en torno de este vegetal y los ofrecieron al planeta entero sin pedir a cambio ningún derecho especial y menos arrogarse la propiedad excluyente de la semilla. Que esto de la apropiación es un efecto del capitalismo, que en el caso de las patentes sobre los genes ya muestra una de sus peores armas destructivas”.
Luego dice la declaración de 2012: “No puede atribuirse a ningún ser humano, a ninguna corporación, a ningún Estado remoto o contemporáneo la creación del maíz y por lo tanto es inconcebible reconocer título de propiedad sobre la genética del maíz, en cualquiera de sus variedades. La introducción de un gen en miles, para quedarse con todos, es un caso claro de usura que debe ser repudiado y condenado. Que el maíz forma parte también de la cultura en general de Abya Yala, el arte y las creencias de nuestros pueblos y que de una u otra manera las culturas y los pueblos del Abya Yala y del mundo expresan su agradecimiento y su amor por este maravilloso vegetal”.
El documento está publicado en el libro Fibras del periodista de Gualeguaychú Julio Majul. La mirada sobre el maíz está extendida allí a todas las semillas, y no es difícil hallar cierta afinidad con el fallo judicial, aunque los manifestantes del litoral repudian tanto la apropiación genética como la manipulación.
Algunas de esas mismas organizaciones publicaron en enero de 2016 un Manifiesto por la emancipación, a cinco siglos del desembarco de Solís. En un capítulo titulado Pachamama, dice: “La Pachamama no se compra ni se vende. Nuestra conciencia no está en venta. Como consecuencia de esta conciencia, pensaremos en 2016 como el año de la bisagra para iniciar el proceso de jubileo. Entonces el suelo y la vida escaparán de los títulos de propiedad y de las patentes para retornar al seno de la Pachamama, y de allí al sumak kawsay, la alimentación sana y la biodiversidad a pleno”.
Fuente: Resumen Latinoamericano