Por una economía que recupere el sentido de lo sagrado
¿Qué poder, qué transformación monstruosa ha convertido al dinero en un agente de escasez, y qué hay detrás del oscuro poder financiero? En 2011 un joven escritor, humanista y ecléctico, escribió Sacred Economics o Sacroeconomía; en su libro, el estadounidense Charles Einseinstein asegura que la sangría de la crisis económica actual es una vieja herida que proviene precisamente de Norteamérica, y del llamado ‘New Deal’ de los años 30: “Yo no defiendo la abolición del dinero, porque ese no es el problema, sino las cualidades que hoy le atribuimos.
¿Cómo sería el mundo si el dinero estuviera respaldado por riquezas como el agua limpia, el aire sin contaminar, los ecosistemas saludables y el acervo cultural? […] el sistema económico está muriendo y matándonos porque hemos convertido al dinero en un dios, y hemos desacralizado la vida de este planeta […] pero hemos llegado a un punto en que es urgente y necesario hacer nuevos acuerdos sociales y resignificar el poder del dinero”
El sistema financiero actual es un universo secreto. Un orden en sí mismo. Una comunidad cerrada, que es casi como una secta. Existe esta “divinidad” y tu trabajo se convierte en un sacrificio personal a este Dios […] y ¿qué obtienes a cambio? Sí, dinero, pero el dinero en sí no es lo importante, sino lo que el dinero representa: reconocimiento, afecto. Incluso amor. Y este es el gran secreto del dinero de hoy: los valores que a él asociamos. Ya no se trata de la cantidad, porque hoy en día, el dinero es como el amor: nunca tienes suficiente. Quienes trabajan ahí dentro, sean jóvenes o viejos, suelen ser personalidades muy débiles, muy necesitadas de afecto, con serias carencias de autoestima. Pero no es como lo cuentan los medios, no es que haya un grupo oscuro dando órdenes y queriendo conquistar el mundo, más bien es como un espíritu que lo impregna todo. El sistema es recreado por las personas que, movidas por ese Dios del que hablo, buscan lo mismo: más y más beneficios sin importar el costo: tú entregas veintiocho millones, y obligas al Estado a devolver cien millones. Así funciona. Y tienes el poder de llamar a Grecia y decirles: o nos entregan el dinero, o irán a la bancarrota.
Rainer Voss mira directamente a la cámara que lo sigue mientras hace estas afirmaciones, que en realidad son más bien confesiones: una forma de liberarse del peso que carga por haber trabajado en las entrañas mismas del monstruo que describe. Durante veinte años, Rainer Voss ganó millones e hizo ganar millones, y probablemente también hizo que, durante el tiempo que se desempeñó como alto ejecutivo financiero, otros lo perdieran todo. Pero un buen día, Voss renunció a su cargo por voluntad propia; fue en 2008, justo en los albores de la actual crisis económica; pasó luego varios años recuperándose social y psicológicamente hasta que contó todo lo que sabía al también alemán Marc Bauder, quien dirigió el documental Der Banquer: Master of the Universe, Traducido como Confesiones de un banquero, estrenado mundialmente en 2013.
Hace apenas unos ciento cincuenta años, la política y la misma economía estaban condicionadas por la religión. Pero entre el siglo XX y el siglo XXI la sociedad cambió: el ser humano empezó a ser menos importante, y todo se volvió más apresurado, más agresivo, más competitivo. Hoy la nueva religión es el dinero […] pero no solo en el mundo financiero, tanto dentro como fuera todo se ha vuelto tan complejo que es difícil reconocer la relación entre nuestras acciones y sus efectos. La separación se ha acrecentado, y esta es la trampa, porque cuando alguien no es consciente de la relación “causa–efecto” de sus propias acciones la responsabilidad se vuelve una palabra vacía. Hoy los políticos han perdido poder e intentan hacer que la democracia actual encaje con los caprichos del mercado, y no al revés […] No hay tal cosa como una conflagración para dominar al mundo y esclavizarlo, pero es más fácil pensar eso, más fácil achacarle a alguien el problema del mundo, porque esas teorías nos quitan responsabilidad […] No, el problema del mundo recae sobre nosotros: somos nosotros los que hacemos y alimentamos el sistema monetario que tenemos hoy […] pero si no hacemos algo, si no implementamos un cambio, las consecuencias sociopolíticas de la crisis financiera pueden ser terribles: los ultra derechistas, los ultraconservadores crecerán, pero también crecerán las posiciones “ultra–anti–todo”. Esto es lo que me preocupa. No las pérdidas monetarias. Sino la pregunta que todos deberíamos hacernos: ¿Qué pasa hoy con la humanidad?
El ex banquero Rainer Voss es el único y solitario protagonista de este filme documental que registra las confesiones del personaje mientras la cámara lo sigue por el interior de un enorme edificio vacío situado en la zona financiera de Frankfurt. Un edificio que es en sí mismo una interesante metáfora: es enorme, pero está vacío, tal como nuestra economía actual. Desde su interior puede observarse a lo lejos a la ciudadanía, pero sin mezclarse con ella, tal como actúa hoy nuestro sistema financiero. El edificio está recubierto de ventanas con cristales de espejo, metáfora de una transparencia unilateral, porque los de adentro observan y los de afuera ignoran. Pero, a fin de cuentas, la gente que no pertenece a ese recinto sí puede ver su imagen en esos gigantescos espejos, que son, después de todo, el reflejo de la sociedad que está afuera.
Ese dios caprichoso que nos aleja del mundo
¿Qué poder, qué transformación monstruosa ha convertido al dinero en un agente de escasez, y qué es exactamente el poder financiero? En 2011, dos años antes de que fueran exhibidas las «confesiones del banquero Voss», un joven escritor, humanista y ecléctico que estudió filosofía y matemáticas en la Universidad de Yale, respondía estas mismas preguntas, y llegaba prácticamente a las mismas conclusiones que el banquero arrepentido; en su libro Sacred Economics (economía sagrada) o Sacroeconomía (Evolver, 2011), Charles Einseinstein bosqueja no solamente los orígenes de la crisis financiera mundial, sino también un mapa social, una hoja de ruta para que la humanidad salga fortalecida de esta «venganza divina» que parece estar cobrándonos a todos el dios–dinero:
Escribí Sacroeconomía porque estaba cansado de leer y escuchar cosas que solo criticaban a la sociedad de hoy sin proponer alternativas; también me cansé de los que proponían soluciones inalcanzables y finalmente, de las teorías que son realizables pero que no explican con qué podemos contribuir, de manera individual, para lograr un cambio social global. Para mí, la crisis de hoy no es exclusivamente económica, ni el problema proviene necesariamente del dinero como tal. El dinero tiene un potencial positivo, no es casualidad que la mayoría tengamos sentimientos de amor–odio con respecto a él, pero eso sucede porque estamos permitiendo que sea el dinero quien nos domine, y no al revés. […] No se trata de una cábala de banqueros malvados, ni de los legendarios Illuminati, o el misterioso Club Bilderberg.1 Yo no creo en conspiraciones, creo en las aspiraciones que todos hemos fabricado alrededor del dinero. A fin de cuentas, es un acuerdo social que cada uno de nosotros refrenda en su propia vida. El sistema actual es una co–creación, y nosotros participamos de su existencia, por eso afirmo que es posible hacer cambios.
Einseinstein nació en 1967, y vive en Estados Unidos, donde también reside el centro neurálgico del sistema económico y monetario que actualmente nos rige a nivel global, y que hoy nos tiene al borde del colapso, no solo en términos financieros, sino en muchos otros niveles. Y desde ahí, este reconocido intelectual norteamericano propone que la crisis actual no es otra cosa que un punto de inflexión necesario, y prácticamente irremediable, que deberíamos aprovechar para empezar a hacernos un nuevo relato del mundo y edificar nuevos acuerdos sociales alrededor del enorme edificio vacío del dinero que hoy tenemos.
Para Charles Einseinstein, todo lo que hoy identificamos como las causas de la crisis económica no son sino síntomas recientes de una herida antigua que se originó precisamente en Norteamérica bajo el nombre, nada más y nada menos, que de Nuevo Acuerdo (New Deal), un contrato social para la distribución de la riqueza implementado en los años treinta por el presidente Franklin D. Roosevelt que se propuso afrontar los efectos de la Gran Depresión, y que acabó implementándose en la mayoría de las naciones del mundo durante la época convulsa que siguió a la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, es muy probable que la contusión económica que vivimos hoy tenga raíces mucho más profundas, después de todo, la humanidad ha aceptado el acuerdo social del dinero, convertido en símbolo de valor desde unos setecientos años antes de Cristo, mientras que la primera institución bancaria —que funcionaba bajo prácticamente los mismos principios de los bancos que conocemos hoy— ya operaba en la Inglaterra del siglo xvii, aunque a lo largo de la historia siempre han existido ya sea emblemas o mercancías utilizadas como divisas de intercambio. El intercambio, entendido como la interconexión y la sana interdependencia, es la esencia de la transformación social que propone el autor de Sacroeconomía, para quien el problema no es el dinero en sí, sino la «cosificación» que hacemos del mundo, de las personas y de la naturaleza en aras de obtenerlo.
No defiendo la abolición del dinero, lo que defiendo es restablecer su función original. En su forma «sagrada», el dinero representa un instrumento que concentra nuestras intenciones sociales. Es, por así decirlo, el hilo conductor de un «relato social» que nos conecta, el elemento común de una historia, pero no el protagonista en el que nosotros mismos lo hemos convertido. Vivimos atormentados entre el deseo y la escasez porque ese es el tipo de dinero que tenemos. Pero el colapso económico actual puede hacer que empecemos a crear por fin el tipo de dinero que queremos. A partir de ahora, podemos plasmar en nuestro dinero acuerdos que reflejen una nueva correspondencia con el planeta, con las especies que lo habitan, con nuestras relaciones sociales y en general, con todo aquello que consideramos sagrado, es decir, con todo aquello que, precisamente, el dinero no puede comprar; lo que no tiene (o no debería tener) un precio monetario.
Un nuevo sistema requiere de nuevos paradigmas
La palabra «economía» proviene del griego oikonomía, que significa «las reglas necesarias para llevar o administrar una casa, o una familia». En la acepción actual, economía es una ciencia que engloba las nociones sobre cómo las sociedades utilizan recursos escasos para producir bienes, y cómo han de ser distribuidos; algunos libros de texto de nuestros días la definen incluso como el estudio del comportamiento humano en tiempos de escasez; es decir, que el concepto vigente de la economía incorpora la escasez como punto de partida, y la escasez se define básicamente como un escenario de insuficiencia de recursos fundamentales para satisfacer las necesidades de un individuo o de una sociedad. Pero, ¿realmente vivimos en un mundo con escasez de recursos? ¿Realmente enfrentamos —como dice la definición etimológica de economía— una insuficiencia de medios y bienes para esta casa, esta familia, que somos todos los habitantes del planeta?
En el informe Desperdicio de alimentos en época de crisis, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (fao por sus siglas en inglés) y liberado en el año 2009, se determinó que anualmente se desechan en el mundo 1.3 millones de toneladas de comida; la mitad de esos alimentos van a dar a la basura aun antes de llegar a los consumidores. Por otro lado, la organización internacional Save the Children dio a conocer en 2011 que si los países más desarrollados hubieran cedido apenas seis días de su partida diaria destinada al gasto militar podrían haberse cubierto los dieciséis mil millones de dólares necesarios para que los niños de todo el mundo recibieran educación básica antes de finalizar el año 2015. Entonces ¿está el mundo realmente en crisis y en condiciones de escasez de recursos, sean estos naturales o monetarios? ¿O será más bien que la crisis que enfrentamos es de otra índole, tal como afirma el autor de Sacroeconomía?
Lo que genera escasez no son nuestros medios, sino nuestras percepciones —afirma en entrevista para Corresponsal de Paz Charles Einseinstein—. El sistema monetario actual es la manifestación de una mentalidad que ha dominado a la sociedad durante siglos enteros […] la filántropa Lynn Twist, por ejemplo, equipara al actual sistema con el juego infantil de las sillas: si hay más jugadores que sillas, todos competiremos e incluso pelearemos con otros con tal de encontrar un sitio, pero irremediablemente alguien quedará fuera […] así es el juego, y nosotros, al participar, co–creamos y recreamos a un sistema que acaba volviéndose contra nosotros. Y luego aparecen trampas como la avaricia o la usura, que no son, como solemos pensar, las causas de la crisis, sino meros síntomas del fallo sistémico. Pero las reglas del juego pueden cambiarse, y por eso, esta crisis es una gran oportunidad para hacernos otro tipo de preguntas. Tal vez tardaremos algún tiempo en encontrar respuestas, pero al menos emprenderemos caminos diferentes que nos lleven a nuevas conexiones, tanto con nosotros mismos como con el planeta que habitamos, puesto que estos son los verdaderos recursos con los que contamos.
Para este autor y filósofo estadounidense, la clave se encuentra en la interconexión; y esa reconexión debería ser el «nuevo valor del nuevo dinero», porque, como dijo en su momento el también filósofo y fundador del idealismo alemán Immanuel Kant, «en un mundo redondo, todos nos acabamos encontrando»; al parecer, ya él había comprendido esta misma clave desde el siglo xvii. La afirmación, nunca como hoy, cobra tanto sentido, pues, poco a poco pero a pasos agigantados, los problemas del mundo nos están acercando y cercando más: destrucción del medio ambiente, desastres naturales por el cambio climático, riesgos alimentarios, pobreza extrema, migraciones masivas, derrumbes financieros, precariedad laboral, inseguridad y violencia […] estas situaciones son comunes para todos hoy, y de alguna manera nos igualan, sin importar en qué latitud del planeta nos encontremos o a qué supuesta clase social pertenezcamos. A pesar de que la realidad nos une, aparentemente es nuestra idea de economía y dinero lo que nos separa.
En diversas partes de Sacroeconomía, Charles Einseistein afirma y se pregunta:
El extremo de la separación, que es lo que estamos viviendo, ya contiene necesariamente la semilla de lo que viene a continuación: el reencuentro […] la comunidad del futuro surgirá de las necesidades que el dinero, por su propia naturaleza no puede cubrir […] ¿Te imaginas una sociedad en la que el mayor prestigio y poder recayera en quienes mostraran una mayor propensión a dar? ¿Cómo sería el mundo si el nuevo dinero estuviera respaldado por riquezas como el agua limpia, el aire sin contaminar, los ecosistemas saludables y el acervo cultural? […] Dejemos de temer y de resistirnos al colapso […] Ahora es momento de preguntarnos qué relato colectivo deseamos, y elijamos por fin un sistema monetario que sea coherente a ese relato […] Preguntémonos: ¿En qué podemos contribuir cada uno de nosotros para construir un mundo distinto, un mundo más bello?
La muerte económica que anuncia un renacimiento humano
El informe Desperdicio de alimentos en época de crisis daba a conocer que las personas suelen tirar a la basura un tercio de la comida que se sirven. Lo cierto es que esta tendencia se repite no solo en el consumo de alimentos, y no solo en los países más ricos; en general, la nuestra es mayoritariamente una sociedad donde impera el hiperconsumo, donde querer tener enmascara el verdadero deseo interno de querer ser. Comprar es, pues, nuestro personal tributo al dios–dinero, y es la forma en que nosotros incentivamos el sistema financiero, el mismo que está, con participación nuestra, acabando con los recursos humanos y naturales del planeta. Sin embargo, y motivados por esta nueva conciencia que nos heredan las varias crisis que estamos enfrentando, hay una tendencia creciente de diversos movimientos que están, cada uno a su manera, poniendo en práctica nuevas formas de economía y subsistencia, nuevas maneras de «administrar» la casa, buscando restablecer la conexión perdida con la naturaleza y con el propio ser humano.
En Estados Unidos, por ejemplo, desde principios de los noventa nacieron las primeras comunidades de quienes se hacen llamar freegan (frigano, en español), y que se dedican a extraer de la basura tanto comida como utensilios en buen estado. Se trata de una corriente pacífica que ha sido replicada en muchas ciudades del mundo, y que con sus acciones, intentan oponerse al hiperconsumismo y a su consecuencia más directa: el hiperdesperdicio. Es la denuncia social de quienes nuestra sociedad denomina despectivamente «indigentes», pero convertida en un movimiento organizado que ya funciona en Estados Unidos, Brasil, Argentina, España, Corea, Estonia, Suiza y Gran Bretaña. En la actualidad, y aunque es difícil registrar a todos, se tiene conocimiento de unas cuatro mil comunidades de freegans que engloban a más de tres millones de personas repartidas por todo el mundo.
La crisis inmobiliaria, con su burbuja reventada entre 2007 y 2008, y de la que nos han dicho que fue la principal culpable del último crack económico, también ha generado su propio contra–movimiento social, pues, frente a los desahucios masivos organizados por la banca y el capital privado, cada vez son más las personas que, obligadas por las circunstancias o no, de manera organizada o no, han decidido irse a vivir en las denominadas tiny houses (casas pequeñas) como una forma de oponerse a la desmesurada usura del sistema inmobiliario. El Tiny Houses Mouvement, igual que el movimiento freegan, también existe desde mitad de la década de los noventa, pero ante los acontecimientos recientes ha ido ganando popularidad y seguidores en diversas partes del mundo, principalmente en los países desarrollados, y a las afueras de las grandes ciudades, donde comprar una propiedad es casi prohibitivo, y pagar un alquiler (incluso de lugares minúsculos) se ha convertido en una pesada carga económica para los ciudadanos, con sus consecuencias psicológicas tanto a nivel individual como social.
¿Movimientos utópicos? Podría ser. En todo caso, ese relato de «la isla donde existe el paraíso en la tierra», hecho por Thomas More en 1516, sigue inspirando y motivando la búsqueda de una sociedad más ética; y algunos la van encontrando, aunque solo sea por periodos específicos de tiempo y con grupos que piensan y sienten de manera similar. En pos de la utopía se camina —dicen— y a veces, hasta es posible «alquilarla», tal como hicieron en 2006 dos jóvenes ingleses que literalmente rentaron la isla Voroboro, situada en Oceanía, para realizar en ella un «experimento utópico»; así, por noventa y cinco mil dólares al año de renta simbólica por la isla, convocaron a ciudadanos de todo el mundo para que fueran a disfrutar de ese paradisíaco enclave, pero no como simples turistas, sino contribuyendo a crear con sus propias manos un desarrollo sostenible, supervisados por los habitantes nativos del sitio. Aquel experimento llamado Tribe Wanted (se busca tribu) estaba pensado para terminar a los tres años; sin embargo, la experiencia, a la que asistieron miles de personas de todos los rincones del planeta, no solo no ha finalizado, sino que, de las islas Fiji (donde está Voroboro) ahora se ha extendido a enclaves de Sierra Leona, en África; a Umbria, en Italia; a la isla de Bali o a Papúa, en Nueva Guinea; allí se instalan por un tiempo quienes quieren, aunque sea por un periodo de su vida, contribuir al sueño —supuestamente utópico— de la sociedad perfecta.
Estos no son, ni de lejos, los únicos casos de búsquedas y hallazgos de nuevas formas de economía y subsistencia; existen ahora grupos organizados del llamado «humaniturismo» que se organizan para visitar sitios del mundo golpeados por los desastres o las guerras con el fin de conocer los lugares y echar una mano con causas o necesidades específicas. Existen grupos en localidades de las grandes ciudades que están iniciando movimientos de agricultura sustentable en lotes abandonados o jardines públicos para alimentar a las comunidades aledañas. Existen también, conectadas por Internet, infinidad de comunidades digitales que se hacen globales y comparten información sobre modos de vida con el menor dinero posible, o de intercambio de objetos y servicios de manera gratuita. Aunque todos son diferentes, se trata (a pesar de que no seamos capaces de verlo) de un solo movimiento de mil caras: es la humanidad que no solo intuye, sino que sabe que otro mundo mejor y más bello es posible, a pesar de que el edificio financiero y monetario actual se esté cayendo a pedazos, o tal vez, es precisamente esa caída la que propicia esos nuevos experimentos sociales, económicos y humanos.
Dejar de ganarse la vida para empezar a compartirla
Por encima del paradigma económico que se basa en acumular, comienza a abrirse paso, poco a poco pero contundentemente, el nuevo paradigma basado en compartir. Los ejemplos son, si no infinitos, por lo menos incontables, y tanto la realidad real como la realidad virtual atestiguan que hoy estos movimientos a contracorriente son tantos y con tantas formas y modalidades que ya no pueden considerarse simples excepciones a la regla, sino que empiezan a ser la regla, a pesar de moverse todavía en la periferia del sistema.
En 2005, el estadounidense Thomas Schelling recibió el Premio Nobel de Economía por demostrar que la gente tiende a cooperar mucho más de lo que quieren aceptar los modelos económicos vigentes. Y él no es el único economista notable que ha comprobado que el sistema actual debe reencaminarse hacia nuevos y mejores rumbos: el economista bengalí Amartya Sen, también galardonado con el Nobel en la materia, afirma que «La economía es una cuestión de fines con repercusión ética, y por eso, también debería ofrecer respuesta a la pregunta ¿cómo hay que vivir?» Esto mismo es planteado por el escritor y también granjero estadounidense Wendell Berry de la siguiente manera:
Hemos vivido bajo el supuesto de que lo que es bueno para nosotros es bueno para el mundo; pero nos hemos equivocado, en realidad es al contrario: lo que es bueno para el mundo es bueno para nosotros. Debemos pues, esforzarnos más por conocer el mundo, y saber qué es bueno para él.
En Sacroeconomía, Einseinstein intenta justamente dar una hoja de ruta para eso a lo que él llama «el dharma2 del dinero»:
Cualquier iniciativa que reduzca la esfera del dinero está usando la economía del obsequio. Por eso, para mí, la subsistencia correcta para este tiempo es volver a vivir de los regalos que podemos ofrecernos los unos a los otros […] Yo no abogo por un altruismo en el que prescindamos del beneficio personal a favor del bien común, yo más bien, lo que preveo, es una fusión del bien común con el beneficio personal. Es innegable que hemos entrado en un momento colectivo de crisis, y que no basta con cambiar nuestra actitud sobre el dinero: debemos transformar el dinero mismo con nuestra actitud hacia él […] Todos somos capaces de sentir la caída del sistema actual, todos sentimos que lo viejo se vuelve insoportable, pero estamos asustados porque lo nuevo no acaba de manifestarse, al menos no de una forma masiva que pueda darnos más confianza; pero el cambio ya está aquí, y la mayoría de nosotros (lo sepamos o no, lo aceptemos o no) estamos irremediablemente viviendo entre dos paradigmas. Lo que necesitamos ahora, lo que nos hace falta, es simplemente confiar […] No pongas tu confianza en la conversión del mundo, eso es muy grande: confía solamente en que deseas hacer cosas hermosas con tu vida. Esa confianza multiplicada es lo que acabará por cambiar el mundo […] El propósito es poner tus energías en aquello que más te apasione. Actualmente, hay muchísimos individuos que lo están haciendo, y si para ellos funciona, ¿por qué no habría de funcionar para todos nosotros?
El propio Einseinstein intenta vivir su vida inmerso en la lógica de una sacroeconomía: como escritor ha renunciado a los derechos de autor de sus libros y los ha colgado en Internet para que puedan bajarse de manera gratuita, aun así, se han vendido alrededor de unas treinta mil copias de sus varios títulos. Cuando ofrece o le piden conferencias, tampoco cobra por ellas, sino que él mismo hace girar la rueda de «la economía del obsequio» invitando a los asistentes a cooperar con lo que ellos consideran que pueden o les parece justo dar; de hecho, confiesa que hace años estuvo en total bancarrota, y que fue justamente la ayuda desinteresada que recibió en su propio momento de crisis lo que le animó a pensar que una forma de subsistencia basada en la ayuda mutua no solo era posible, sino que en realidad «el obsequio» es una forma de economía que no ha desaparecido del todo en ningún lugar ni en ninguna época.
La cuestión ahora consistiría en hacernos conscientes y simplemente fortalecer la actitud de dar, compaginada con la actitud de saber recibir; ese círculo virtuoso hará comunidad e irá haciendo decaer el círculo vicioso actual, donde —aparentemente— todo está monetizado. Para este autor, la transición a una sacroeconomía va irremediablemente acompañada de una transición psicológica, puesto que, a diferencia del dinero que es impersonal, el obsequio crea lazos con otros seres humanos, con el propio trabajo o la propia creación y, por eso, acaba finalmente restituyendo la relación con el ser. Es así como, desde su visión, podremos comenzar a dar un nuevo relato social a la economía, y haremos nuevos acuerdos tanto con nosotros mismos como con el resto del planeta.
Artistas, músicos, sanadores y en general muchos de nuestros jóvenes están ya, y desde hace algún tiempo, incluso antes de la llegada «oficial» de la crisis, resistiéndose a un sistema que promete liberar, pero que en realidad esclaviza; que promete unir y globalizar, pero que en realidad está separándonos cada vez más. Dejamos de vivir para dedicar toda nuestra energía a «ganarnos la vida», y para adquirir cosas que no nos son necesarias, pero que nos hacen sentir vivos con la promesa de llenar un vacío que nunca desaparece, esta es la trampa que Charles Einseinstein (y otros autores) proponen saltar si queremos hacer un cambio.
Durante muchísimo tiempo, siglos enteros, nos hemos acostumbrado a este mundo de desigualdad, de violencia, de fealdad, de lucha constante… todo esto parece ir siempre en aumento, y nosotros lo hemos normalizado […] y nos hemos olvidado que algo diferente, y mejor de lo que tenemos hoy, sí que ha existido antes, y que puede existir de nuevo. En este momento hay muchísimos ciudadanos que están soportando el peso de sostener el nuevo paradigma económico, son ellos los que saben que lo que hacen es valioso, y por eso prefieren no participar, no malbaratar su trabajo y no venderse con él, porque saben que es su don personal, su esencia, su regalo al mundo. Casi siempre son los artistas los que quieren ser apreciados, no comprados […] pero no solo los artistas, ya hay muchísimas profesiones y negocios que saben que lo que hacen tiene un valor, y no un precio… pero toda persona y toda profesión tiene ese potencial, el potencial de lo sagrado… ¿Quién no querría sentir que lo que hace es especial y único? Tal vez no es fácil, pero es posible empezar a cambiar la pregunta, y pasar de: ¿cómo me gano la vida? a ¿cómo y a quién puedo ofrecer los dones que tengo?
Así, para Einseinstein, el cambio individual, que eventualmente debería crecer y convertirse en masa crítica, reside en recuperar la confianza y descubrir cuáles son los dones que cada uno posee: dos pasos sencillos y a la vez complejos, pero no imposibles. La propuesta es recuperar el sentido sagrado en lo personal que nos conducirá a reconocer lo sagrado en lo general, así entre las personas como en la naturaleza, puesto que ambos recursos son la clave de cualquier economía, y expoliarlos, tal como sucede ahora, solo nos está llevando a una quiebra que va mucho más allá de lo estrictamente monetario.
La idea de una sacroeconomía supone vivir y disfrutar la vida de manera respetuosa, y abandonar este mundo sabiendo que lo dejamos con un aspecto más hermoso del que tenía cuando llegamos. Para eso son nuestros dones, por eso debemos aprender a obsequiarlos.
El catastrofismo imperante en nuestros días puede que nos impida ver salidas a la encrucijada económica actual; sin embargo, no es difícil aceptar que en realidad la situación financiera nos está demostrando todos los días que la verdadera crisis que nos aqueja es moral y no monetaria: es la crisis de una sociedad que le ha entregado todo su poder al dinero, a un símbolo que por sí mismo no tiene poder, pero al que le hemos dado la potestad de moldear no solo el destino presente, sino incluso el de las generaciones futuras. Tal vez, pues, esta crisis y esta encrucijada de hoy nos están obsequiando una oportunidad.
Dice Sam Keen en El dios de la danza: «Cuando los dioses hablan con voces contradictorias, o se quedan en silencio, entonces los hombres deben decidir. Si la autoridad ha caído, ¿dónde está el individuo para descubrir los principios de un estilo de vida auténtico?»
Ejemplos de que otra economía es posible
La economía del bien común es un movimiento empresarial nacido en 2010, y que lleva sumados a miembros de doce Estados; está basado en los preceptos sentados por Christian Felber en su libro Nuevos valores para la economía (Deuticke, 2008). En su página web (economia-del-bien-comun.org) se explica brevemente lo siguiente:
La economía del bien común es una forma de sistema de mercado, en la cual, los motivos y objetivos de las empresas puedan ser cambiados de un afán meramente lucrativo hacia la cooperación y la contribución.
La economía del bien común cubre los elementos básicos de un sistema de orden económico alternativo, y está abierto a la sinergia con sistemas similares. El objetivo de esta tendencia es generar un marco legal vinculante para la creación de valores de orientación empresarial y particular hacia el bien común, que dé incentivos a sus participantes. En la economía del bien común, el fin monetario o el fin del dinero no estará nunca por encima del balance del Bien Común. El precepto principal es entender que a las empresas les irá bien siempre y cuando les vaya bien también al conjunto de los seres humanos y a otros seres vivos del planeta.
Economía Crítica y Crítica de la Economía
En Francia, durante 2004, estudiantes de economía y administración reclamaron mayor pluralidad en los planes de estudio de sus materias; en un manifiesto, pedían una comprensión más cercana de la realidad, y una pedagogía más participativa. El movimiento inicial se unió con estudiantes de varias universidades españolas, y posteriormente con otras instituciones educativas del mundo. Finalmente, se conformó el movimiento estudiantil denominado Economía Crítica y Crítica de la Economía (ecce), a la que se han ido sumando tanto profesores como intelectuales, y que apuesta por:
La demanda de una enseñanza plural y el estudio no especializado en ciencia social.
Mayor conocimiento históricamente contextualizado, que impida que la teoría económica ortodoxa sea la única enseñada.
El uso de Internet como mecanismo de coordinación y la realización de encuentros para conferencias críticas y reuniones organizativas.
Una mayor conexión entre profesores, estudiantes y movimientos sociales actuales.
Impulsar la creación de una Red de Economía Crítica Mundial.
La creación de una revista digital con la doble función de expandir propuestas de reflexión alternativa, y de seguir permitiendo la relación de diversas personas e iniciativas que aspiran a un afianzamiento de relaciones humanas y redes sociales de acción transformadora.
Fuente: United Explanations