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¿Es el desarrollo sostenible una utopía?

Veinte años después de la Cumbre de la Tierra se celebra Río+20, la cuarta Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible. El debate ha girado en torno al trade-off existente entre desarrollo y crecimiento, dado que los recursos de que disponemos son finitos; el crecimiento indefinido es sinónimo de destrucción indefinida.

Hemos suspendido en los tres grandes tratados firmados en la primera Cumbre de la Tierra en 1992: Cambio Climático, Diversidad Biológica y Lucha contra la Desertificación. Este año, con el telón de fondo de la crisis mundial, la prioridad por crear empleo y salir del agujero hace que la preocupación por el crecimiento no vaya necesariamente acompañada del adjetivo “sostenible”. La ausencia de los grandes (Obama, Merkel y Cameron) demuestra la mayor preocupación nacional sobre la mundial. Para China, uno de los grandes contaminadores del planeta, no se puede limitar el ritmo de crecimiento de los países, y, si bien el Gobierno confirma que están preparados para asumir sus responsabilidades, defiende que cada país decida su camino e implemente las medidas de desarrollo sostenible según sus condiciones internas. ¿Se les debe “dejar” contaminar a los países en vías de desarrollo teniendo en cuenta lo que han contaminado los países desarrollados para llegar donde están?

Utopías alcanzables

En 1516 Tomás Moro publica su obra Utopía. Aunque con el paso del tiempo el término ha ido ganando una connotación negativa que se asocia a un objetivo inalcanzable, se trata de una noción positiva. El concepto entraña más progreso, más libertad, más justicia y más humanidad.

En palabras de Tomás Moro: “[…] cuando miro esas repúblicas […] no veo en ellas sino la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de la república. Imaginan e inventan toda suerte de artificios para conservar […] todas las cosas de que se han apropiado con malas artes, y también para abusar de los pobres pagándoles por su trabajo tan poco dinero como pueden. Y cuando los ricos han decretado que tales invenciones se lleven a efecto…enseguida se convierten en leyes”.

La historia nos muestra cómo algunas utopías han dado lugar a grandes tragedias, aun siendo proyectos “racionales” y dirigidos a un nuevo modelo de sociedad: la utopía nazi que derivó en los campos de exterminio y la II Guerra Mundial; la estalinista, que en busca del paraíso terrenal de la clase obrera dió lugar a reasentamientos forzosos, gulags, y asesinatos masivos; la de los talibanes en Afganistán, o la de los Jemeres rojos en Camboya. Sin embargo, ha habido conquistas que se consideraron en su día utopías y que han sido realizados: la abolición de la esclavitud, la democracia, el feminismo, la fundación de Naciones Unidas e incluso la construcción de una Comunidad Europea. Estos hitos son utopías, porque son posibles. Eso sí, están lejos de ser perfectas.

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio son, en sí mismos, utopías

Las injusticias que presenciamos día tras día nos fuerzan, como ciudadanos, a reivindicar estas utopías. Vivimos en un mundo mucho más desigual desde hace 30 años. Si habitamos el planeta 7.000 millones de personas, 1.317 millones no tienen acceso a electricidad, 884 millones no tienen acceso a agua potable y 2.600 millones no tienen acceso a saneamiento. Algunas enfermedades siguen propagándose: sólo en 2008, se produjeron 863.000 muertes de malaria y 33.400.000 enfermaron de VIH. La riqueza sigue estando repartida menos equitativamente: el 2% más rico de la humanidad posee el 50% de la riqueza mundial. Una de cada dos personas “vive” con 2 euros al día. El control de los medios de comunicación se concentra en pocas manos. El acceso al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sigue siendo restringido. Y las instituciones financieras nacidas de Bretton Woods siguen sin ser representativas. Ni que hablar tienen (hoy) las grietas de la Unión Europea.

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) establecidos por Naciones Unidas en el año 2000 para supervisar el progreso en materia de desarrollo hasta 2015, pretenden acabar con todas estas injusticias. Os avanzo ya que no vamos a conseguirlos y la paradoja es que existen recursos disponibles para alcanzarlos. Desde 1987, año en que se registró el gasto militar más elevado, los presupuestos militares mundiales han iniciado una reducción paulatina. Actualmente, existen posibilidades de emplear este ahorro de recursos en algo más positivo y productivo para alcanzar un mayor bienestar. Así, tras el fin de la Guerra Fría y con los dividendos de la Paz se podrían desarrollar políticas dirigidas a la humanidad; políticas y objetivos como los ODM.

Además, cuando lleguemos a 2015, la forma actual de considerar el desarrollo se habrá quedado obsoleta. De Río+20 no nos quedamos con un nuevo tratado, una cláusula vinculante o un compromiso político. Es un llamamiento mundial a la acción. El desarrollo sostenible ha de ser una parte fundamental del pensamiento mundial: el bienestar económico, la sostenibilidad medioambiental y la inclusión social son compatibles.

Algunas de las ideas interesantes para abordar esta nueva etapa pasan por definir un conjunto de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o cambiar los actuales criterios para establecer el PIB de los países teniendo en cuenta no sólo los efectos económicos sino también el grado de felicidad de las personas, si ese crecimiento es a costa de contaminar el medio ambiente o si se concentra en muy pocas personas.

La Cumbre se cierra sin objetivos específicos y medibles y con un presupuesto de 408.000 millones de euros para el desarrollo sostenible. Según Los Amigos de la Tierra, esta declaración de mínimos se debe a la influencia que ejercen los lobbies empresariales en Naciones Unidas como denuncian en su informe “Liberamos a la ONU de la cooptación empresarial”.

Tenemos los instrumentos, nos falta la voluntad

Entre 2007-2009, el número de personas que padecen hambre aumentó alrededor de 150 millones, un aumento espectacular, no vinculado a la disminución en la producción de alimentos, sino a un fuerte aumento en sus precios causado sobre todo, por el incremento en los precios del petróleo, la especulación (el 75% de la inversión financiera en el sector agrícola es de carácter especulativo) y la competencia entre los cultivos alimentarios y los de combustible. El hambre no es una fatalidad inevitable que afecta a determinados países. Las causas del hambre son políticas. ¿Quiénes controlan los recursos naturales que posibilitan la producción de comida? ¿A quiénes benefician las políticas agrícolas y alimentarias? Los bancos, fondos de alto riesgo y compañías de seguros que causaron la crisis de las hipotecas subprime, especulan hoy con la comida.

A la pregunta de si hay recursos disponibles en el mundo para erradicar la pobreza, la respuesta es un rotundo SÍ. Naciones Unidas y el Banco Mundial calculan que para suprimir el hambre en el mundo sería suficiente con una inversión de 13.000 millones de euros anuales. Resulta más sencillo entender esta cifra si la comparamos con otras. (Aviso: no es intención del autor causar una rabia profunda).

  • Rescatar a Bankia ha costado 23.000 millones de euros.

  • Rescatar a la banca estadounidense (sólo en 2011) ha costado 600.000 millones.

  • Se calcula que el fraude fiscal de la UE asciende a 250.000 millones de euros.

  • Estados Unidos ha gastado, en 2011, 690.000 millones de dólares en gastos militares.

  • 830.733 euros han gastado los altos cargos del Consejo del Poder Judicial en España en actos de “representación y protocolo” (eso cuando han sido justificados). Dívar gastó 28.000 euros en viajes privados.

  • 2,32 millones de euros fue el salario de Rodrigo Rato en 2011. Su indemnización por la dimisión de Bankia es de 1,2 millones.

  • Lagarde gana 450.000 euros al año, que por cierto, están libres de impuestos (eso sí, para ella los griegos han de “pagar más impuestos y protestar menos”). A ella le preocupan más los niños de África, es así de empática.

La conclusión es, sin ánimo de ser simplista, que dinero, haberlo haylo. Pero parece que el dinero se crea para los mercados y no para los ciudadanos. Como apunta Ignacio Ramonet o Joaquín Estefanía, nos encontramos ante una situación de utopía regresiva, un radicalismo del mercado que aprovecha la actual coyuntura para justificar menos educación, menos sanidad, menos trabajos o menos solidaridad.

Por lo tanto, el crecimiento sostenible es una utopía. Como lo son la erradicación de la pobreza y el hambre. Somos responsables, como generación humana, de preservar el futuro. De todo esto y más se ha hablado en Río+20, pero también en la Cumbre de los Pueblos celebrada de manera paralela. Una de las conclusiones de Río+20 es que el avance en los asuntos medioambientales debe lograrse a nivel local y con el sector privado y sin la ayuda de los acuerdos internacionales. Esperar a que los políticos actúen significaría esperar demasiado tiempo.

Fuente: United Explanations

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