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Injusticia Alimentaria: la justicia está en nuestras manos

 

Cada vez que abrimos el frigorífico o la despensa, entramos en el sistema alimentario mundial. Suena raro, pero es así. Es una red enormemente compleja compuesta por todas las personas, empresas, organismos y gobiernos que participan en la producción, distribución, venta y consumo de alimentos. No importa quiénes seamos o dónde nos encontremos en el planeta, los alimentos que comemos siempre nos los proporciona este sistema alimentario mundial.

 

A comienzos del siglo veintiuno, este sistema no funciona correctamente. Deja a casi mil millones de personas con hambre cada día y provoca que ha hecho que un 50 por ciento o más de la población en más de la mitad de los países industrializados tenga sobrepeso. Es un sistema que se caracteriza por unos precios volátiles que hacen que la vida sea difícil tanto para los productores de alimentos a pequeña escala como para los consumidores; un sistema que está cada vez más dominado por un reducido número de empresas enormemente poderosas; y un sistema que contribuye de manera significativa al cambio climático y que al mismo tiempo es muy vulnerable a sus efectos. En definitiva, es un sistema injusto e insostenible.

Es evidente que hay que arreglar el sistema alimentario. Es mucho menos evidente cómo hacerlo. El tamaño y la complejidad del sistema pueden resultar abrumadores, y el poder de algunas de las empresas y gobiernos que

participan en él es intimidante. Estos pueden y deben adoptar medidas urgentes para cambiar las políticas y las prácticas que desempeñan un papel importantísimo en este deficiente sistema alimentario. Sin embargo, las empresas y los gobiernos no constituyen el único poder del sistema. Los que compramos, cocinamos y comemos los alimentos somos más poderosos de lo que creemos. Si, juntos, decimos que queremos esto en lugar de aquello, nos convertimos en una fuerza que afecta al sistema. Si nosotros, en número suficiente nos unimos y decimos que queremos esto en lugar de aquello, los poderes existentes no pueden ignorarnos: pueden adaptarse para satisfacer nuestras demandas o, de lo contrario, otros ocuparán su lugar.

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